viernes, 22 de julio de 2016

Ruido (publicado el 21/7/16 en Veintitrés)

El último jueves se realizó la primera protesta presuntamente genuina contra el gobierno de Macri. Con “presuntamente genuina” me refiero a que se trató de ese tipo de protestas que la oposición al gobierno kirchnerista sobreestimaba por tratarse mayoritariamente de “gente como uno” indignada, espontánea y autoconvocada. Es difícil estimar la convocatoria pero varios miles de ciudadanos salieron a las calles de todo el país a hacer ruido contra el tarifazo. El actual gobierno había tenido movilizaciones críticas a su gestión de mucho peso en aquella jornada de abril en la que CFK brindara un acto frente a Comodoro Py y en la movilización de las centrales sindicales. Sin embargo, como decíamos, esta protesta parece especial para el gobierno porque muchos de los que participaron seguramente votaron a Macri y fueron parte de los cacerolazos que se le realizaron al gobierno anterior.
Dicho esto, no es interés de esta columna ingresar en la discusión en torno a la calidad de la protesta. En otras palabras, del mismo modo que el debate acerca de la calidad del voto debería estar saldado y no debemos aceptar que nos digan que hay votos buenos (los realizados por ciudadanos de a pie, racionales, blancos, de clase media y de grandes centros urbanos) y votos malos (los realizados por morochos de la Argentina profunda presuntamente rehenes del clientelismo de punteros o caudillos), tampoco deberíamos aceptar que nos digan que hay protestas genuinas y protestas que deben invalidarse. No debemos aceptarlo porque esa distinción descansa en la misma concepción aristocrática que afirma que hay individuos que votan mejor que otros y condena toda protesta que esté convocada por organizaciones. Lo digo más fácil: ¿por qué habría que valorar más una protesta en la que la gente llega caminando que una en la que la gente llega en micros color naranja y con banderas? Es muy importante para el análisis político comprender quiénes y por qué se movilizan pero de allí no se sigue que una protesta tenga mayor legitimidad que otra. En el caso del “ruidazo” del último jueves es relevante reconocer que allí hubo ciudadanos que siempre se opusieron a Macri pero también hubo ciudadanos que en algún momento confiaron en el líder PRO y ahora se sienten decepcionados. ¿Y por qué semejante decepción? Porque ni siquiera les hace falta ser demasiado memoriosos para recordar que, en noviembre del año pasado, Cambiemos instaló, gracias a la inconmensurable ayuda de sus posmodernos evangelizadores mediáticos, que el aumento de tarifas, los despidos, la transferencia de ingreso hacia los que más tienen, el cierre de fábricas y la disparada de la inflación, eran parte de una “campaña del miedo”. En un sentido, habría que aceptarles algo pues, efectivamente, era una campaña del miedo pero era un miedo objetivo ante lo que iba a suceder. Porque se puede crear miedo inventando fantasmas pero también se puede obtener miedo frente a una amenaza real. “No te vamos a quitar nada de lo que es tuyo”, decía María Eugenia Vidal y muchos de los valientes que le creyeron tienen menos cosas que las que tenían hace siete meses.
La protesta, a su vez, significó, quizás, el comienzo de un punto de inflexión en un sector de la ciudadanía que deglutió con gozo autoconfirmatorio que algunas restricciones actuales obedecen a una supuesta fiesta de despilfarro y corrupción del gobierno anterior y mostró que ese argumento no se puede sostener indefinidamente. Porque es falso que el gobierno anterior fuera sistemáticamente corrupto y que el modelo llevado adelante por el gobierno anterior fuera esencialmente de saqueo pero aun si lo hubiera sido, la ciudadanía en algún momento le dirá al gobierno actual: “Está bien, Macri, los anteriores eran muy malos pero te votamos para que lo soluciones y no para que lo diagnostiques”. La analogía con la medicina puede servir pues aun cuando un médico acertara un diagnóstico negativo llegará un momento en que el paciente le exigirá la solución al problema pues nadie va al médico para que solamente le diga que tiene una enfermedad sino para que, en caso de tenerla, se la curen.
Con todo, en el gobierno debe haber una sensación ambivalente tras la protesta pues más allá de la natural preocupación que puede surgir cuando a los siete meses de gestión parte de tus votantes te quitan apoyo, en Cambiemos deben lamentar que tras haber hecho reformas estructurales que, sin dudas, condicionarán a generaciones de argentinos, el conflicto les aparezca por lo que parecía más simple de hacer. Lo diré de otra manera: lograron poner los jueces de la Corte que querían; hicieron una fenomenal transferencia de recursos hacia el sector agroexportador eliminando retenciones; les pagaron a los buitres y endeudaron al país, es decir, a tus hijos y a tus nietos, y han dado los pasos jurídicos necesarios para hacer inviable el sistema previsional. Y sin embargo, el conflicto en la calle lo tienen por la ineptitud y la prepotencia que los llevó a dar vía libre a aumentos que llegaron hasta el 2000% sin ningún criterio. Es más, no recuerdo en la Argentina una situación en la cual hubiera un consenso generalizado en torno a la necesidad de aumentar las tarifas. De hecho, hasta en las filas del FPV había acuerdo en ello. Pero, claro, el aumento debía hacerse segmentado, dosificado y con algún criterio. Con todo, hay que reconocer que no solo es ineptitud y prepotencia sino también voracidad porque el tarifazo solo benefició a las empresas y no solo perjudicó directamente a los usuarios sino que ni siquiera benefició al Estado puesto que a pesar de los aumentos siderales, los subsidios apenas bajaron un 7% en los primeros 5 meses del año, de lo cual se sigue que los aumentos continuarán porque la presión para el achicamiento del gasto público será la condición para recibir crédito internacional.      
Para finalizar, resulta claro que las medidas estructurales que se mencionaron anteriormente, al no tener una incidencia inmediata, parecen abstractas y no generan la indignación y la urgencia de quien recibe una tarifa de gas que no puede pagar y tiene veinte días para hacerlo antes de que le corten el servicio. Es razonable que así sea porque si me van a cortar los servicios no me voy a preocupar por mi jubilación, por el achicamiento del Estado o porque en el mediano plazo se destruya la industria nacional. Pero algún aprendizaje como sociedad debiéramos tener. No sea que alguien con inteligencia media en el gobierno se dé cuenta que si retrotrae las tarifas la indignación clasemediera que repercute en los medios mermará y la ciudadanía celebrará a un gobierno que cuando debe retroceder lo presenta como un ejercicio de buena escucha. Con ese simple paso atrás se podrá seguir avanzando en las medidas que verdaderamente están encorsetando a un país y a su pueblo por generaciones y por las cuales nadie salió a cacerolear. No hagamos tanto ruido entonces. No sea que avivemos algunos giles.

                   

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