jueves, 2 de abril de 2015

La oportunidad Malvinas (publicado el 2/4/15 en Veintitrés)

Hay quienes ingenuamente creen que la historia no es revisable ni resignificable. Son los que consideran que cualquier retrospección que erija una nueva mirada sobre lo ocurrido es parte de una manipulación consciente para justificar un presente dado y proyectar un futuro a medida. Se trata de los que hablan de “los hechos” y con ello refieren eufemísticamente a la cristalización de una interpretación privilegiada en un contexto dado como si la historia no estuviera siempre en el marco de una narrativa en la cual lo ocurrido adopta un sendero siempre construido a posteriori.
Son los que hablan de “relato” y hasta de “chauvinismo” cuando aparece una nueva corriente de interpretación que trata de dar cuenta de un episodio enormemente controvertido de nuestra historia reciente, a saber: Malvinas. Dicho en otras palabras, aun cuando muchos quisieran que un piadoso olvido recayera sobre aquella excursión en la que se expuso a una enorme cantidad de jóvenes a las condiciones más demenciales, en estos últimos años viene dándose un giro interpretativo respecto de lo que siempre fue visto como el último “manotazo” de marketing nacionalista de los estertores de una dictadura liderada por un hombre que solía tomar decisiones con alto nivel de alcohol en sangre.       
Pues, efectivamente, el episodio Malvinas siempre quedó “pegado” a la dictadura y eso generó un efecto enormemente dañino ya que los artilugios de los impulsores de la guerra lograron que buena parte de la sociedad confundiera la revalorización de la soberanía y la recuperación de un territorio propio, con intereses inherentes, con exclusividad, a gobiernos dictatoriales. Más específicamente, la tradición del liberalismo conservador de la Argentina aprovechó el favor de la dictadura en dos sentidos pues se separó de los militares genocidas acusándolos de nacionalistas, al tiempo que los utilizó para imponer una política de enajenación de los bienes nacionales en pos de un libre mercado para el que la soberanía y la disputa contra las diversas formas de imperialismo eran solo principios abstractos y pasados de moda. Buen ejemplo de ello fue Bernardo Neustadt quien, en el marco de la privatización de Entel, abría un teléfono para, al exponerlo vacío, “demostrar” que aquellos que decían que allí se jugaba la soberanía estaban apoyándose en ideologías vetustas incapaces de resistir la contrastación empírica. Paradojas del liberalismo vernáculo que, al igual que cualquier ideología, se basa en una serie de construcciones ficcionales y al día de hoy repite su mantra libremercadista como si se tratase de un espacio real y concreto donde los sujetos, en igualdad de condiciones, transan sus bienes según el equilibrio brindado por leyes naturales.
Retomando el inicio, el cambio cultural que significó la última década (independientemente de si este cambio le ha resultado a usted positivo o negativo), permitió separar la reivindicación de  Malvinas de la puesta en escena (que derivó en muertos y torturados para nada virtuales) que la dictadura montó. Algo similar a lo que ocurrió con la Fragata Libertad cuando especialmente las nuevas generaciones entendieron que, en su recuperación, no estaba en juego una reivindicación de “los milicos” sino la mismísima noción de soberanía. Ese mojón mostró que, en este momento de nuestra democracia, se puede pensar que lo militar no está indisolublemente ligado a dictaduras y terrorismo de Estado, y que es posible pensar unas Fuerzas Armadas cercanas al pueblo y dedicadas a la importantísima labor de la Defensa en clave nacional y regional.
De hecho, esta nueva mirada se expresa, por ejemplo, en la Villa La Carbonilla, en la Ciudad de Buenos Aires, donde el Ministerio de Defensa, organizaciones sociales y Madres de Plaza de Mayo trabajan, junto al ejército, en obras de infraestructura que permitan integrar el barrio. Aun con todas las tensiones del caso, el avance ha sido enorme máxime si se hace el ejercicio de pensar cuántas sonrisas cínicas hubiera generado, hace una década, plantear un trabajo mancomunado de este tipo.    
Mientras tanto, el episodio Malvinas puede servir para ir bastante más allá y, por ejemplo, advertir la necesidad de seguir deconstruyendo la compleja red ideológica que atravesó el siglo XX en Argentina y los antecedentes que establecieron las condiciones de posibilidad de una dictadura que, como se indicaba anteriormente, tenía arrebatos de discurso nacionalista articulados con un  plan económico extranjerizante impuesto a sangre y fuego. Asimismo nunca está de más mencionar que el nacionalismo argentino está lejos de ser un corpus monolítico y que una breve historia de sus vaivenes, nos mostraría la existencia de la variante de derecha conservadora surgida como respuesta xenófoba al fenómeno migratorio, la particularidad del “mestizo” nacionalismo peronista, y el nacionalismo de izquierda que, con algunas categorías marxistas, acomodaba sus fundamentos a una realidad vista en términos de una disputa entre centro y periferia.
Tampoco debería dejarse de soslayo la relación entre nacionalismo y territorio, y el modo en que esa relación estuvo vinculada también al origen de los Estados modernos y a la noción de soberanía atada a la potestad sobre un determinado espacio físico. Pues en la Argentina, “el territorio” ha sido parte de interpretaciones y querellas tanto militares como intelectuales y hasta el día de hoy goza de “mala prensa”. En este sentido, pensemos en la tradición que Jauretche llamaría “defensores de la patria chica”, atada a los intereses del puerto y dándole la espalda al resto del país, o al Sarmiento que, horrorizado ante la extensión del “desierto”, llamaba a poblar con los “hijos” de las civilizaciones en las que se encarnaría la socialidad y las virtudes republicanas. Curiosamente, hay allí toda una tradición que valoraba el territorio (o una parte de él) pero que despreciaba a los habitantes originales del mismo, algo que comienza a repensarse especialmente a partir de algunas elaboraciones teóricas surgidas con fuerza en el primer centenario de nuestra independencia. 
En las últimas décadas, a su vez, se viene dando una serie de reivindicaciones que denuncian la violencia con que los Estados modernos han impuesto su ideal de homogeneidad y, especialmente vinculados a las exigencias de los pueblos indígenas, ha surgido la necesidad de problematizar la idea de que a cada Estado le corresponde una única nación, ya que una forma jurídico-administrativa puede albergar, dentro de sí, distintas agrupaciones humanas emparentadas por tradiciones, etnias, valores y religiones diversas. Asimismo, esto también ha dado lugar a una suerte de romanticismo indigenista estrechamente vinculado a la reivindicación territorial muy bien aprovechado por sectores tanto de la ultraizquierda como de la derecha oenegista que, por un lado o por el otro, acusan al Estado de ser el perpetuador de la desigualdad y opresión de los pueblos tanto como el principal impulsor de los intentos de coacción contra la libertad individual.                             
Para finalizar, entonces, el episodio Malvinas debe ser visto como una oportunidad de reflexión sobre toda una serie de elementos caros a nuestra historia y a nuestro presente, elementos contradictorios y controvertidos que permanecen en una zona de litigio y forman parte del inventario doloroso de nuestra historia como país. Las reinterpretaciones y las resignificaciones no son una afrenta ni a las víctimas ni a la supuesta sacralidad de los hechos. Se trata, simplemente, del proceso natural de una sociedad que cambia. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta escucharte en 678 Dante! Ayudas a abrir un poco la mente y resignicar las cosas que nos pasan ahora con respecto a las que pasaban.
Qué representa cada actor social y cuáles son sus intereres. Muy bueno!