domingo, 18 de mayo de 2014

Los portadores asintomáticos de la violencia (publicado el 15/5/14 en Veintitrés)

La jerarquía eclesiástica dio a conocer un documento breve que en los medios opositores fue presentado como referido a la “inseguridad”. Sin embargo, ya desde su título (“Felices los que trabajan por la paz”) daría la sensación de que la temática es algo más amplia.
Ahora bien, a pesar de su extensión, llamó la atención que prácticamente lo único que se hubiera destacado públicamente es una frase, desde mi punto de vista, poco feliz. Me refiero a la que aparece en el primer párrafo del documento y afirma “La Argentina está enferma de violencia”. Frente a semejante sentencia, era esperable que quienes conocen la historia de este país y, en especial, el rol cumplido por las jerarquías eclesiásticas durante las dictaduras militares, reaccionen. Sin embargo, lamentablemente, los únicos que lo hicieron fueron miembros del gobierno nacional pues el enorme espectro ideológico que no comulga con la actual administración kirchnerista no hizo más que plegarse a la desafortunada afirmación.
Si la actual sociedad argentina está enferma de violencia qué decir de la Argentina de 1955 con bombardeo a civiles en Plaza de Mayo para destituir a un gobierno democrático; o la Argentina de 1976-1983 con asesinatos, desapariciones y apropiaciones; incluso, en tiempos democráticos, ¿no estaba enferma de violencia la sociedad argentina en 2001 cuando no había trabajo, aumentaba la desigualdad, había represión en las calles y los bancos, violentamente, se quedaban con los depósitos?
Es esa historia violenta de nuestro país la que, aflorando como un palimpsesto, invita a indignarse cuando muchos de los que no alzaron ni alzan la voz acerca de los momentos más oscuros de nuestra historia se posicionan como diagnosticadores.
En este sentido, el acudir a la metáfora biológico-médica remite justamente a aquellos años de persecuciones, asesinatos y desapariciones. No sólo cuando se habla de una sociedad “enferma” sino también cuando en el apartado 5 se habla de la corrupción como “cáncer social”.
El peligro de este tipo de asociaciones libres, de fácil comprensión para el gran público, son sus presupuestos pues se sostienen en la idea de la sociedad como un gran organismo, un cuerpo único y homogéneo, en el que, como sucede con nuestro cuerpo individual, todo tipo de anomalía (enfermedad) debe ser atacada con el fin de establecer una presunta armonía original. Está claro que no todo pensamiento organicista deriva necesariamente en la persecución a grupos o sujetos sindicados como la parte enferma del cuerpo social. De hecho, muchas de estas miradas se presentan como alternativas ante la perspectiva vigente en culturas como las nuestras donde la sociedad no es más que una suma de individuos. Pero también es bueno rescatar que la asociación entre los presupuestos organicistas y la metáfora médica trasladada al ámbito de lo social ha estado en la base de los peores genocidios. ¿O acaso, una vez que se define a un grupo como “cáncer social”, no existe una obligación de atacarlo con una “quimioterapia social” de shock?
Sin embargo, dicho esto, también me gustaría resaltar otros aspectos del documento, párrafos que fueron invisibilizados por los medios que lo hicieron público. La razón es clara: desde que Bergoglio se transformó en Francisco, la palabra de la Iglesia recobró cierta ascendencia que hace que no sea buen negocio disputar allí. Dado que esto lo ha entendido perfectamente el gobierno pero también lo entienden los opositores, naturalmente, la noticia era generar un enfrentamiento entre Iglesia y gobierno o, mejor aún, entre la Iglesia y La Cámpora.
Efectivamente, hubo respuestas por parte de funcionarios del gobierno y de militantes de La Cámpora, especialmente por la desafortunada frase mencionada aquí. Pero el documento, además de hacer críticas más o menos directas al gobierno cuando, sin ningún dato ni comparación que lo sustente, afirma que los hechos delictivos han aumentado en cantidad y agresividad, o cuando denuncia que hay corrupción, desnutrición infantil y gente durmiendo en las calles, también hace críticas a los “caballitos de batalla” del relato antikirchnerista.
Por ejemplo, contra los linchamientos, el documento indica “La reiteración de estas situaciones [hechos delictivos] alimenta en la población el enojo y la indignación, que de ninguna manera justifican respuestas de venganza o la mal llamada justicia por mano propia”. Aclarado que no hay justificación alguna para los linchamientos, ni supuesta ausencia de Estado, el documento agrega “la creciente ola de delitos ha ganado espacio en los diversos medios de comunicación, que no siempre informan con objetividad y respeto a la privacidad y al dolor. Con frecuencia en nuestro país se promueve una dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad”. Desde mi punto de vista no creo que el único problema de la cobertura mediática sea su nulo respeto al dolor y a la privacidad de las víctimas. Es eso y mucho más porque es también constituir a la víctima en legislador experto en seguridad y es la promoción de un estado de psicosis colectiva que exagera la peligrosidad real que supone transitar por la calle de las grandes urbes. Pero más interesante es que el documento de la Iglesia hace un punto seguido y tras denunciar el rol del periodismo se refiere a la promoción de la “dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad”. A buen entendedor: por como está construido el párrafo, y más allá de que evita una referencia específica, no se está refiriendo al gobierno sino a los medios. Sin embargo, ningún diario, claro está, tituló “Duro documento de la Iglesia contra los medios de comunicación”.  Tampoco titularon “Duro documento de la Iglesia contra la derecha argentina representada por Massa, Macri y algún trasnochado manodurista que todavía milita en el FPV” cuando el documento indica “No se puede responsabilizar y estigmatizar a los pobres por ser tales. Ellos sufren de manera particular la violencia y son víctimas de robos y asesinatos, aunque no aparezcan de modo destacado en las noticias (…) La Cárcel genera en la sociedad la falsa ilusión de encerrar el mal, pero ofrece pocos resultados. El sistema carcelario debe cumplir su función sin violar los derechos fundamentales de todos los presos, cuidando su salud, promoviendo su reeducación y recuperación. Nos duele y preocupa que casi la mitad de los presos no tenga sentencia. La mayoría de ellos son jóvenes pobres y sin posibilidades para contratar abogados que defiendan sus causas”. 
Por último, quisiera volver a esa línea acerca de la corrupción como “cáncer social”. Dejando de lado, insisto, lo poco feliz de la caracterización, esa acusación pareciera estar dirigida al gobierno y a la clase dirigente en general. Pero al leer la frase entera, nos enfrentamos a una sorpresa pues ésta afirma “La corrupción, tanto pública como privada, es un verdadero “cáncer social””. La sorpresa, claro está, es la aclaración de que la corrupción también es privada. De este modo se atenta contra el sentido común del liberalismo económico que entiende que participación estatal es sinónimo de corrupción como si los mayores bolsones de lavado, dinero en negro, evasiones y demás, no tuvieran que ver con el ámbito de la iniciativa privada, esto es, en muchos casos, las grandes empresas.
Desde mi punto de vista, entonces, el documento incluye la problemática de la “inseguridad” como una expresión de la violencia que está lejos de ser la única existente en nuestras sociedades. Dicho de otra manera, la violencia no es simplemente la agresión física que eventualmente pudiera suceder en el marco de un atentado contra la propiedad privada. Pero si bien esta mirada más amplia que incluye a la inseguridad como una de las tantas manifestaciones violentas es la que mejor representa el espíritu del documento, el estado de hipercomunicación en el que viven nuestras sociedades obliga, en este caso, a la jerarquía eclesiástica, a dar mensajes claros y a tener un enorme cuidado con la terminología y las frases utilizadas porque las palabras adquieren su significado y su valor en la historia. Esa claridad hubiera requerido, que, quizás, utilizando la misma matriz metafórica, se señale con mayor precisión a aquellos portadores asintomáticos de la violencia que no pertenecen a la administración kirchnerista pero que tienen una enorme responsabilidad social sea como dirigentes sociales, políticos o comunicadores.       
                   

       

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