viernes, 17 de mayo de 2013

No tan distintos (publicado el 16/5/13 en Veintitrés)


                                   "¿sos tan diferente? ¿No sos igual a mí? Esperando 1989”. Luca Prodan, 1987

“La gente en la calle nos pide que nos unamos” repiten referentes de partidos de la oposición desde el último cacerolazo del 18 de abril. Y debe ser así pues, al menos por ahora, no parece haber otra manera de ganarle al kirchnerismo. Sin embargo, con buen tino, también existen hombres y mujeres de relevancia partidaria que desde esos mismos espacios advierten que la unidad en el espanto puede derivar en una victoria pírrica que implosionaría no bien alcanzado el gobierno, además de, obviamente, transformarse en una caricatura de la ya caricaturesca antiperonista Unión Democrática. Al fin de cuentas, ¿qué tipo de consistencia puede tener un gobierno que incluya, entre otros, a Binner, Moyano, Alfonsín, Macri, Prat Gay, Tumini, Carrió, Pino Solanas, Miceli y Redrado, por nombrar algunos?  
Con todo y si bien se descuenta que esta unidad no se establecerá en las elecciones de 2013, comicios en los que, al elegirse cargos legislativos, no hace falta ser la primera mayoría, no sería descabellado pensar que habrá una serie de globos de ensayo de cara al 2015. En esta línea, el primero parece ser el del peronismo residual ex duhaldista que incluyó a referentes de la derecha peronista como De la Sota, De Narváez, Moyano, Rucci y el saltarín Lavagna, quien, no olvidemos, fue ministro de Duhalde, de Kirchner y luego, candidato a presidente por, aunque usted no lo crea, la UCR.  Mientras resta por ver si a ese armado se le puede sumar Macri, algo que, por ahora, está en plena negociación, del otro lado queda una cantidad de átomos capaces de confluir en una línea “progre-social demócrata-republicana” cuyo liderazgo será disputado entre Binner y un referente radical. Estos serían, entonces, los dos grandes bloques (más allá de la duda sobre el rol de Macri) que enfrentarían a un kirchnerismo que contaría con una base cercana al 40% de los votos.
 La distinción entre estos bloques tiene ciertos fundamentos ideológicos, más allá de algunos nombres propios de pasado sinuoso que también son parte del partido gobernante. Por decirlo de algún modo, el oficialismo reivindica una política nacional y popular que engloba a cierta parte del progresismo y al peronismo de izquierda; a la UCR y al socialismo (al modo argentino) los une el reclamo de institucionalidad, y al peronismo residual los aglutina la interna peronista que se juega hace más de 40 años y que tiene como bandera al Perón de la reconciliación nacional que echó a los imberbes de la Plaza.
 Ahora bien, en este escenario relativamente optimista en que la oposición alcanza, al menos, a reunirse en dos grandes bloques frente al bloque oficial, no parece haber mucho espacio para el supuesto pedido de “la gente” que acompaña los cacerolazos. Me refiero, claro está, a la idea que se indicaba al principio de esta nota, esto es, el “únanse” todos frente al kirchnerismo. De esto se seguiría una enorme dificultad para vencer al gobierno próximo a cumplir 10 años de gestión, pues el desencanto de una mitad de la población se dividiría en dos alternativas. 
Pero ¿existen tantas diferencias ideológicas entre los bloques opositores? Si nos remontamos al origen de cada uno de los partidos en cuestión y a su comportamiento más o menos estándar habría que decir que sí y, sin embargo, creo que no. En esta línea, echemos una mirada a algunos temas puntuales: Binner compartiría con Macri y con De la Sota, por ejemplo, su favoritismo por el candidato venezolano perdidoso Henrique Capriles; Sánz y Del Sel acordarían en la necesidad de acabar con la Asignación Universal por Hijo para evitar que “se vaya por la canaleta del juego y la droga”; las policías de Santa Fe y Ciudad de Buenos Aires podrían realizar tareas conjuntas en las que la única perjudicada sea la seguridad de los inocentes; Moyano abogaría, junto a Schoklender, Carrió y Lavagna, por la necesidad de una restauración de la república; Alfonsín y Pino Solanas serían capaces de poner todo el énfasis de su oralidad al servicio de la indignación de la semana; Victoria Donda y Gaby Michetti dirían que “no está buena” la reforma de la justicia; Prat Gay y Gil Lavedra harían una “vaquita” para pagar a los fondos buitre y reinsertarnos en el mundo; Cobos y Sturzenegger pagarían el 82% móvil para en un par de años desfinanciar al ANSES y salir a endeudarse, y Laura Alonso y Cecilia Pando compartirían un cartel de una ONG de militares “presos políticos” que llame traidores a todos los kirchneristas. 
 Lo que esto muestra es que la polarización existente en la Argentina y el marcado de agenda impuesto por las grandes corporaciones ha llevado a referentes de tradiciones diversas a un oposicionismo zonzo que iguala las perspectivas detrás de la negación sistemática a todo aquello que provenga del oficialismo. En los referentes más cercanos a la derecha puede existir un auténtico convencimiento de que aquella es la agenda correcta pero en los sectores más vinculados a la socialdemocracia lo que parece actuar es el temor a las represalias de las usinas mediáticas, aquellas que les exigen públicamente que se unan a cualquier costo.
 Lamentablemente, la experiencia del 2011 en la que la diferencia entre CFK y sus competidores llegó a casi el 40% de los votos, no hizo que la dirigencia política opositora entendiera que el error había sido seguir a rajatabla una estrategia impuesta por los grupos concentrados del capital y por esa batalla casi “personal” que el grupo Clarín libra contra el gobierno; más bien, por el contrario, los opositores toleraron la humillación de las grandes plumas que los acusaron de no estar a la altura de las circunstancias y de ser los responsables de la catástrofe. Así, tras la paliza electoral, ni el peronismo residual, ni la UCR ni el FAP dieron un golpe de timón para retomar una agenda propia que pudiera, eventualmente, en algunos aspectos centrales, coincidir con la del gobierno nacional. Es más, en el caso del FAP, incluso, el haber obtenido el segundo puesto hizo que Binner dejara esa posición más conciliadora que reivindicaba algunos logros gubernamentales para transformarse en la esperanza blanca de las señoras de Recoleta que asiste a los canales de televisión a refrendar voluntariamente cualquier tipo de crítica al gobierno nacional.
 Así, paradójicamente, la tan elogiada “estrategia Capriles” no ha sido observada en toda su dimensión pues su logro no fue simplemente unir a toda la oposición detrás de un candidato sino, por sobre todo, plantear un discurso diferenciado del chavismo pero no radicalmente oposicionista. Se trataba de plantear un momento de superación del chavismo, de proteger los logros del socialismo del siglo XXI y resolver las deudas pendientes. Probablemente, un triunfo de Capriles hubiese mostrado que la pretensión de erigirse como un neochavista opositor era simplemente una estrategia discursiva pero, en el caso de la Argentina, la oposición ni siquiera  pretende tal engaño y se muestra tal como es.
 Por todo lo dicho, a juzgar por las posiciones que defienden hoy, no habría grandes diferencias, en lo que a políticas respecta, entre los candidatos opositores, pues temas clave como la ley de medios (hoy en día denostada incluso por el FAP) o la recuperación de las AFJP, son atacados con argumentos similares por todo el arco político no kirchnerista. Por ello, el hecho de que no haya acuerdos para conformar un frente antikirchnerista obedece más a ambiciones personales que a convicciones ideológicas. En eso los editorialistas de medios hegemónicos tienen razón.
Indiferenciados y sin agenda propia, entonces, la oposición argentina me recuerda aquella canción estilo reggae de los años 80 con letra en inglés que Sumo bautizara “No tan distintos”. No sólo por su título sino porque el estribillo que repite una y otra vez (“esperando 1989”) parece ser una radiografía de la única esperanza opositora: que se repita el golpe de mercado que disparó la inflación y que seguramente ningún gobierno podría resistir.                         

  

1 comentario:

Anónimo dijo...

un triunfo de Capriles hubiese mostrado que la pretensión de erigirse como un neochavista opositor era simplemente una estrategia discursiva pero, en el caso de la Argentina, la oposición ni siquiera pretende tal engaño y se muestra tal como es.
menos mal, acá son sinceros y muestran lo brutales que pueden ser. Excelente post abrazos fernandobbca