sábado, 5 de enero de 2013

Museo político del prólogo catástrofe (parte 2) (publicado el 3/1/13 en Veintitrés)


La semana pasada le proponía retomar algunas categorías de una de las obras más controvertidas de Macedonio Fernández para intentar hallar puntos de encuentro con ciertos tópicos propios de los discursos de la oposición en la Argentina. Más específicamente, me refería a esa extraña obra titulada Museo de la Novela de la Eterna, cuya edición completa apareció póstumamente recién en 1967, varias décadas después de haber sido realizada. Para los que no leyeron la primera parte de esta nota o simplemente no la tienen presente, les recuerdo que buena parte de la crítica literaria observa, en esta obra de Macedonio, un espíritu vanguardista que se anticipa a muchas de las particularidades de la lectura que aparentemente es signo de los tiempos posmodernos en los que el lector clásico, compenetrado, lineal y secuencial, va dejando lugar a uno distraído, disperso y fragmentario que puede estar leyendo varias cosas a la vez o una misma obra saltando de una página a otra.
Esta idea se veía plasmada en un verdadero hallazgo como es la estructura de esta obra de Macedonio en la que se encuentran 56 prólogos, esto es, 56 anticipaciones para una novela que nunca comienza y que conforma una conjunción heteróclita de personajes y perspectivas. A su vez, como Macedonio considera que el fin de esta novela debe estar a cargo del propio lector, en mi nota anterior me había tomado el atrevimiento de proponer que sea usted mismo el que encontrase algún vínculo entre estas sorprendentes categorías y aquello que podría denominarse como núcleo duro del relato antikirchnerista. Como una ayudita le había dejado dos preguntas que me interesaría retomar y reproduciré a continuación. La primera era: ¿no le parece, por ejemplo, que asistimos a un relato en el que todo el tiempo se prometen catástrofes por venir, prólogos de desastres anunciados y sin embargo, éstos nunca llegan? Y la segunda había sido: ¿No está la opinión pública inmersa en una narrativa fragmentada que no encuentra linealidad ni contextualización ni historización, sino sólo noticias de la inseguridad de hoy y de la corrupción de mañana?
Respecto de la primera cuestión, considero que una buena explicación del fracaso en las urnas de las propuestas opositoras es, justamente, un exceso de prólogos catastróficos, de prolegómenos de un desastre que finalmente nunca llega. Es entendible que si no hay una crisis y es necesario diferenciarse del oficialismo, una buena estrategia es augurar un futuro inmediato en el que esta crisis se avecinará pero la repetición casquivana y el estado de emoción violenta en el que referentes opositores y comunicadores desaciertan continuamente va generando una natural pérdida de credibilidad. Resulta insólito porque la predicción es bastante benevolente con el que la produce pues puede expresarse con un margen de ambigüedad que permite prácticamente utilizar cualquier hecho como prueba de su cumplimiento. Tómese el ejemplo del expiloto y cineasta oracular Enrique Piñeyro: que yo recuerde, hace más de 10 años que está pronosticando una tragedia aérea y sin embargo ésta nunca llega. Claro que un cálculo de probabilidad mostraría que existen accidentes aéreos cada determinada cantidad de años de lo cual se sigue que hay chances de que en algún momento haya alguno. Es fácil hacer predicciones así y le propongo algunas en las que seguramente acertaré: “el mundo entrará en crisis”; “esto no se puede sostener en el tiempo”; “está cercano un conflicto bélico en el planeta”; “va a haber cortes de luz”; “si el gobierno no hace algo, Buenos aires se inundará otra vez”; “vamos a perder inversiones”; “van por todo”; “la gente se va a cansar”; “se avecina el fin del populismo”; “Racing va a salir campeón”; “todos vamos a morir”. Como se sigue de esta lista, es fácil anunciar apocalipsis y si la realidad persiste en oponerse al vaticinio, siempre queda recurrir al mito de Casandra y afirmar que tenemos el don de ver el futuro pero nos han quitado el de la persuasión.   
En cuanto a la segunda pregunta mencionada anteriormente, creo que existe una lógica propia de la forma en que se “cocina” y ofrece la noticia que ayuda a romper con la linealidad, la historización y la contextualización. Esto lleva naturalmente a fracturar la relación entre causas y efectos y a evaluar los hechos como si apareciesen por generación espontánea o, lo que muchas veces es peor, a pasar por encima de las redes de variables que dan lugar a un hecho para depositar todo en una explicación simple bien predispuesta a la digestión rápida del que se rehúsa a aceptar la complejidad de lo real. Esto hace que no haya tiempo para rumiar y que todo transcurra en lo que alguna vez llamé “presente extendido”, una suerte de proporción más o menos elástica de tiempo en el que todo transcurre y en la que no existe ni pasado ni futuro. Se trata de un espacio en el que todo remite a un aquí y un ahora con algo de margen, un día o una semanita si es algo que vende. Pero luego llegará otro fragmento, puro presente, que hará olvidar al anterior y así sucesivamente.
Volviendo a (y ahora contra) Macedonio, podría decirse, a su vez que, con todo, la extensa lista de prólogos que preanuncian lo que finalmente nunca viene, no resulta indiferente a ese lector activo que acaba escribiendo su propia novela. En otras palabras, estos prólogos influyen aunque no determinen del todo, el camino que el lector va a seguir, del mismo modo que esta nota y las preguntas que le había sugerido la semana pasada intentaban que usted transite senderos que se adecuan a mi punto de vista. Así, puede haber un lector activo que ingenuamente se considere enteramente libre para elegir un camino y otro. Pero no es así: el propio Macedonio en los prólogos va mencionando personajes y va tejiendo una cierta trama, abierta, por momentos contradictoria, pero potencial trama al fin. Así el lector acaba completando lo que el autor sugería, del mismo modo que alcanza con generar un prejuicio para poder predecir el modo en que una sujeto actuará. Dejaré por un momento esta abstracción para darle un ejemplo: ¿Boudou es culpable? La Justicia hasta ahora ni siquiera lo procesó. Sin embargo, puede que la justicia sea injusta, no tenga la capacidad para acceder a la verdad o que el acusado haya conseguido tapar las pruebas en su contra. Todo es posible y si yo considero que es culpable encontraré todo tipo de explicaciones más o menos conspirativas que den cierto apoyo auto-persuasivo a mi hipótesis. Preguntemos por la calle de forma bien general y adrede “¿Boudou es culpable?”, y veremos la respuesta: la gran mayoría dirá que sí, aunque no pueda explicar de qué, aunque no entienda el caso y aunque ni siquiera sepa quién es Boudou. Pero los prólogos ya están escritos y fueron mucho más que 56.  Nótese que mi intención no es aquí defender a Boudou sino simplemente mostrar el modo en que los prólogos de una novela que nunca llega operan en silencio, se filtran, componen un mundo en el que muchas veces nos contentamos con que nos resuelvan, desde el vamos, el interrogante básico de quiénes son los buenos y quiénes son los malos.
Dicho esto, hay que reconocer que son tiempos de caída de máscaras, de prólogos cuyas novelas muestran su desenlace más atroz pero que es necesario unir y evaluar con compromiso crítico. En un clima tan enrarecido, con tanto relato cruzado y contradictorio, sin certezas, no queda más que una incertidumbre que no debe llevar a la quietud sino a la acción. No se trata, entonces, de prometer un final feliz sino de proponer un final en el que seamos protagonistas y dejemos de lado los prólogos. Es difícil y puede generar mucha angustia. Pero nadie dijo que iba a ser fácil.

1 comentario:

Adrián Corbella dijo...

Publicado. La imagen la encontré por ahí, pero me parece que es ideal
http://adriancorbella.blogspot.com.ar/2013/01/museo-politico-del-prologo-catastrofe.html