viernes, 14 de septiembre de 2012

La política pervertida (publicada el 12/9/12 en Diario Registrado)


La tapa de Noticias en la que a través de una animación se observa la imagen de la presidenta de la Nación teniendo un orgasmo ha generado una inmensa polémica, la cual, seguramente, habrá derivado en un pírrico éxito comercial de la revista. La imagen controversial fue extraída de un videoclip de una banda de rock argentino/venezolana que actualmente reside en Miami y que mostraba a Cristina Fernández masturbándose tras observar la gran masa popular que la acompañaba en la Plaza de Mayo. Editorial Perfil recogió el video, lo publicó en su página WEB y lo sostuvo hasta el día de hoy a pesar de que Youtube lo dio de baja por incluir contenido inadecuado. Unos días después de la aparición online del video, los editores de Noticias extrajeron una imagen del mismo y la  incluyeron en la tapa. 
Hecha esta breve introducción es comprensible que se haya hablado muchísimo del asunto y que las repercusiones llegaran a merecer un repudio mayoritario de la Legislatura Nacional que incluso incluyó a vastos sectores opositores.
Ahora bien, generalmente, los comentarios apuntaron al componente misógino y de violencia de género que la tapa trasuntaría pero a mí me interesaría destacar otro aspecto, por llamarlo de algún modo, político, y el modo en que se busca relacionar a éste con la biología y la psiquis del líder.
Justamente, en esta línea, en mi último libro El adversario (Biblos, 2012) incluí un artículo titulado “Biopolítica” en el que mostraba el modo en que grandes editorialistas de los medios dominantes establecían una relación entre los tipos de políticas que llevan adelante líderes de centroizquierda latinoamericanos y las enfermedades que sus cuerpos individuales padecían. En Argentina esto apareció con mucha fuerza en ocasión de la muerte de Néstor Kirchner y a principios de este año ante la posibilidad de que la presidenta tuviera un cáncer. Pero lo mismo sucedió con las enfermedades de Chávez, Lugo y hasta del mismo Lula, en parte. Lo que esta cadena argumental supone es que la sociedad puede entenderse como un superorganismo cuya diferencia con los organismos que poseemos los individuos es meramente de tamaño. En otras palabras, al igual que cualquiera de nosotros, este superorganismo llamado sociedad, puede sufrir males y enfermar. Bajo este presupuesto, claro está, la argumentación prosigue identificando los presuntos males y es allí donde aparecen las políticas populistas que llevan o llevaron adelante los presidentes antes mencionados. ¿Pero cómo se puede probar que este tipo de políticas son dañinas para la sociedad toda? Evidentemente es muy difícil porque el análisis del cuerpo social es bastante más complejo que el de un cuerpo individual. De aquí que en una operación transitiva insólita los defensores de políticas antipopulares encuentren en la enfermedad del que lidera la supuesta prueba contundente desde el cual cimentar su razonamiento. De aquí que este pudiera expresarse así: es natural que una política que enferma a la sociedad toda, enferme a quien la promueve. Nótese, por cierto, además, que la idea de sociedad como organismo no es para nada novedosa y que siempre viene de la mano de la identificación de las supuestas enfermedades que la aquejan. De aquí que el lenguaje, por ejemplo, de la última dictadura militar argentina hablara de la subversión como un cáncer que, en tanto tal, había que extirparlo y eliminarlo.
Ahora bien, ¿la actual tapa de Noticias reproduce esta lógica? Completamente aunque, esta vez lo hace desde la perspectiva del desequilibrio psíquico. Desde este punto de vista, Cristina Fernández sería una suerte de maníaca autoritaria cuya principal perversión es el ejercicio del poder. Este poder en relación directa con la masa viene a ocupar el lugar del marido ausente lo cual, a su vez, reproduce la clásica idea patriarcal de la mujer como varón fallido al que “algo le falta”. Así, muerto Kirchner, el goce de su esposa estaría en esa relación enfermiza con el (masculino y erotizante) pueblo. Lo que se sigue de aquí es un salto lógico por el cual, suponiendo que esto fuese verdad, se da a entender que la consecuencia de este vínculo enfermizo son políticas igualmente enfermizas que no pueden más que afectar al cuerpo social en su conjunto. Así, concluirían, algo torpemente: a mujer pervertida, políticas pervertidas.
La pregunta final sería, entonces, ¿qué tipo de política se puede intentar construir cuando el adversario es visto como una enfermedad? ¿Qué diálogo es posible constituir con aquello que es necesario extirpar? Y lo más preocupante ¿Qué hacer con los millones de ciudadanos que apoyan estas políticas? ¿Acaso alguien se atreverá a decir públicamente que habría que “curarlos”? De ser así, ¿la cura se dará por la vía democrática? 

              

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