viernes, 8 de julio de 2011

¿Dividir o multiplicar? (publicado el 7/7/11 en Veintitrés)

A pocos días de las elecciones de Capital Federal en las que se augura un balotaje, las encuestas arrojan un resultado curioso puesto que tanto la Presidenta como el Jefe de Gobierno tienen una intención de voto alta más allá de que, en el primer caso, hay razones fundadas para suponer un triunfo en primera vuelta y, en el segundo, se trata de una ventaja que se ve comprometida con el repunte de Filmus. Hay varias explicaciones para dar cuenta de este fenómeno de la aprobación de gestiones con características tan disímiles: en el caso de la de CFK asistimos desde hace un año y medio a un repunte que hasta ahora parece incapaz de detenerse apoyado en una serie de medidas estructurales que están siendo valoradas por una parte importante de la sociedad. El caso de la de Macri es distinto pues ni siquiera aquel que considerara que el ingeniero es un gran imitador de Freddy Mercuri podrá afirmar que la administración de la capital ha sido positiva. De hecho, se da una situación bastante particular con la gestión del PRO pues a pesar de estar hace 4 años al frente de la Ciudad presenta como principal virtud lo que no le dejaron hacer. Se trata así de un poder y de un oficialismo citadino que se victimiza y subliminalmente envía un mensaje por el que deberíamos considerarlo impotente y opositor (a sí mismo). Así, su “vamos a hacer” debiera llevar como respuesta el “¿por qué no lo hicieron ya?” a lo cual habría que sumarle una dificultad extra, esto es: si lo que no se hizo fue gracias a las trabas del gobierno nacional, un voto racional del porteño podría elegir al candidato kirchnerista no por preferencia ideológica sino simplemente porque al estar encolumnado con el poder nacional recibiría las ventajas de pertenecer. Esto ha hecho que los asesores de Macri quiten de la campaña los “no puedo” y los “no me dejan”, para hacer énfasis en un puñado de ofertas cosméticas. En esta línea, aun cuando se las evalúe negativamente, incluso el más antikirchnerista reconocerá que el gobierno nacional ha realizado modificaciones profundas y que existe gestión. Distinto es el caso de Macri que paradójicamente parece beneficiarse por la bonanza económica de la política nacional que hace que una mayoría de porteños estén más excitados con los plasmas en cuotas que con los problemas citadinos en el tránsito, la educación, la salud y la seguridad.

Pero si retomamos las encuestas, se da una situación curiosa pues los índices de aprobación de gestiones con perfiles ideológicos tan diferentes surgen del apoyo de electores que, eventualmente, votarían a Macri en una segunda vuelta (y en la primera también) un 31 de julio pero votarían a CFK 14 días después en las primarias (y también en octubre, claro). Siempre es posible afirmar que la explicación de este fenómeno se apoya en que una parte del electorado, para decirlo en términos técnicos y con rigor académico, es, lo que en la jerga de la ciencia política se conoce como “un segmento de pelotudos” pero quizás sea posible decir algo más. De hecho son varios los encuestadores que dan buenas razones entre las que se pueden contar la propensión a votar a todos los oficialismos cuando el clima general es de progreso material, más allá de que el sobrevalorado electorado de la capital tenga un componente de volatilidad producto menos del cálculo racional que de la veleidad emocional atávica.

Pero también se da el famoso “voto a ganador” que es lo que explica que todos los candidatos afirmen en la previa que “van a ganar” aun cuando sepan que no pueden ni siquiera alcanzar a ubicar un concejal. A esto sumémosle el voto útil, forma de cálculo favorecida por las reformas políticas que establecieron el sistema de elección por balotaje, lo cual lleva en muchos casos a apoyar un candidato en tanto “mal menor”.

Pero existe otro modo de justificar la elección de ese votante que se inclinaría por estos dos modelos tan diferentes. Se trata de una argumentación que no es descabellada y que merece atención. El razonamiento sería más o menos así: “dado que no es bueno que el poder esté en una sola mano, voto a CFK en la Nacional pero a Macri en la Ciudad para que exista un contrapeso”.

Quedémonos con esta idea de contrapeso y su relación con el poder pues el análisis de este vínculo puede remontarse a los inicios de la filosofía política. En esta línea podría decirse que existe una tradición que afirma que el poder es indivisible o no es poder. Claro está que dicho así habría una frontera gris en la que fácilmente podría llegarse al despotismo absoluto pues si el verdadero poder sólo es aquel que no tiene límites, las consecuencias serán fácilmente imaginables.

Frente a este punto de vista, fue la tradición liberal republicana la que estableció un modelo en el que poder y límite no resultan incompatibles. Así, las repúblicas, con sus famosos 3 poderes presuntamente equilibrados vienen a ser el mejor ejemplo de esta manera de entender la soberanía y el gobierno. Pero este afán por establecer límites se replica en todas las estructuras de las institucionales del liberalismo republicano como así también en los diseños de políticas pues, en última instancia, de lo que se trata es de dividir el poder lo más posible suponiendo que cuanto más dividido, más límites a los deseos absolutistas habrá. No es falsa tal suposición más allá de que en la práctica este tipo de diseños sea, en muchos casos, la mejor excusa para quitarle el poder al pueblo, en tanto única instancia legitimadora, para disolverlo en un laberinto institucional y jurídico en el que acaban imponiéndose las corporaciones. Así, como para esta tradición el poder es un problema, es más importante disolverlo en sucesivas divisiones que multiplicarlo.

Digamos entonces que si bien no se puede determinar a priori que el poder concentrado sea malo en sí mismo hay buenas razones para suponer que tal situación sería un incentivo para el despotismo. Pero agreguemos también que no se puede determinar a priori que la infinita división del poder sea algo que redunde en un beneficio para todos o, al menos, para las mayorías. En este sentido cabe preguntarse si entregarle la Ciudad a Macri bajo el argumento de no concentrar tanto en manos del kirchnerismo es una razón válida. En otras palabras, el prejuicio de que el mejor poder es el que se divide, puede llevarnos a darle una nueva oportunidad a una gestión que, para evaluarla en sus propias categorías, ha demostrado ser profundamente ineficiente. Así, dejado de lado todo aspecto ideológico y planteándolo en términos de cálculo racional autointeresado, cabe preguntarse si la ciudad se verá beneficiada con una administración que es de esperar que repita los vicios que llevarían a la quiebra y a la inactividad a cualquier empresa: endeudamiento y subejecución presupuestaria.

En todo caso, digamos que los límites al poder del gobierno nacional estarán dados por las instituciones de la República: por esa Corte Suprema independiente que el propio kirchnerismo creó, aun a sabiendas que muchas de las decisiones que el máximo tribunal tomaría, no serían las deseadas; y por la composición de un poder legislativo que, aun en caso de que el gobierno nacional triunfe ampliamente en octubre, no tendrá la mitad más uno de oficialistas.

Por ello, quizás, al fin de cuentas, parafraseando una canción que se ha vuelto a poner de moda, la tarea no sea dividir sino multiplicar.

1 comentario:

adrian adrover dijo...

uy que facho es el artículo. Voy a ver si hay comentarios tuyos de Schoklender, de la corrupción, superior al del gobierno de Menem, la alianza con la corporación sindical, y tantas, tantísimas cosas más, como creer que el que no piensa como el gobierno es de derecha, como la propaganda oficial, igualita a la que hacía el proceso (vos no lo viste), como la demagogia permanente del fútbol para todos, del lcd para todos, como darle publicidad sólo a los que piensan igual (eso es de fachito, también), solapado por el apoyo de las mayorías (por ahora), porque también Menem tuvo ese apoyo (y al que apoyaban toda la derecha sindical, como a Cristina). Pero esa derecha no les importa a ustedes (es estratégica) porque ustedes son sustacialmente buenos. Todos los demás son de derecha o pelutudos (categoría en la que debieras incluirme). Así está este pais, yo ya viví esto, y era un joven con ilusiones de cambios profundos, hasta que me di cuenta que es más importante un hombre honesto que mil buenas ideas políticas; y acá tenemos un enorme problema de valores (no es ideológico, no te confundas) y el devenir del futuro te hará apreciar que pasará "el modelo" con muchos que lo añoraran y con muchos que lo denostarán. Pero nada bueno se construye sobre el odio, sobre la descalificación, sobre la consigna de enemigo/amigo. Y lo que veo es que están llenos de odio, igual que los milicos; son dos caras de una misma moneda. En lo político, claro. No son asesinos, pero la forma de construir poder es la misma. Y el sentimiento de odio es el mismo. Mal que te pese. Un abrazo