jueves, 16 de junio de 2011

Borges lector de Clarín (publicado el 16/6/11 en Veintitrés)

Ni el llanto de “El Titán boquense” ni el magnífico campeonato obtenido por un ejemplo institucional como lo es el Club Atlético Vélez Sársfield (equipo del cual soy hincha, claro); tampoco los 25 años de la muerte de Borges; incluso, estoy tentado, ni siquiera la improbable situación de un tsunami sobre la Ciudad de Córdoba. Parece que nada pudo ni podría hacer que desde el 28 de mayo hasta la fecha, Clarín hubiese quitado de la tapa titulares vinculados al caso Shocklender. Los más optimistas podrían sugerir, con buen tino, que el hecho de que el actual gobierno no se debilite a pesar de recibir el ataque durante 15 días ininterrumpidos de un caso en el que se lo intenta implicar, deja a las claras que la principal cara del multimedio está debilitada y que ya no se cumple aquel viejo adagio de “nadie aguanta 3 tapas de Clarín en contra”. Pero no se trata aquí de testear el “aguante” pues para eso tenemos la cancha y, en mi caso, los festejos de la infinita multitud velezana. Tampoco buscaré erigirme en juez como la mayoría de los periodistas que ya han tomado posición. Sin duda, parece que Schoklender tiene tantas propiedades como un aloe vera y que no tendría posibilidad de justificarlas. Ahora bien, deducir de ahí que estaría implicada Hebe de Bonafini, la octogenaria que vive en la misma casa de siempre, parece bastante inverosímil tanto como que el carácter transitivo siguiese la cadena hasta llegar a los hombres del gobierno y luego a la política kirchnerista afincada fuertemente en la obra pública y el consumo fomentado por un Estado activo. Los interesados en la matemática y en la lógica pueden hacer uso y abuso de ellas pero no utilizarlas para los análisis políticos.

Pensemos entonces en la cobertura de Clarín y aprovechemos la efeméride de los 25 años de la muerte de Borges para averiguar si alguno de sus relatos puede servir de ayuda a la hora de reflexionar. En este sentido, me remito a un cuento que se encuentra en Ficciones y que tiene un título bastante extravagante: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. La trama es más o menos simple: mientras Borges y Bioy Casares discutían sobre la posibilidad de una novela escrita en primera persona y en la que el narrador desfigurara los hechos de modo tal que sólo algunos lectores pudieran descubrir la verdad oculta detrás de esta falsificación, aparece un ejemplar de una enciclopedia a la que le sobran 4 páginas y en la que justamente se incluye la descripción de una región desconocida llamada Uqbar. Pero más que la arquitectura, la densidad demográfica o sus principales exportaciones, lo más sorprendente de Uqbar es su literatura, pues es de carácter fantástico y gira en torno a los sucesos de una región imaginaria llamada “Tlön”.

En este lugar, dice la enciclopedia, se siguen los principios de un filósofo irlandés de primera mitad del siglo XVIII llamado George Berkeley. De este pensador de la escuela empirista-idealista se reconoce una frase que será el puntapié de mi reflexión: “ser es ser percibido”. Lo que Berkeley quiere decir con esta máxima es que la realidad depende siempre del sujeto que la percibe, es decir, no existe una realidad independiente y objetiva sino que ésta es “afectada” activamente por los sujetos. Pensemos en un ejemplo trivial y digamos que vamos a Mar del Plata y nos introducimos en el mar. Si alguien desde afuera preguntara si el agua está fría o caliente, en términos berkelianos debiéramos decir que “depende”. ¿De qué depende? Naturalmente, del sujeto que se sumerja en ella. En otras palabras, si la temperatura del sujeto que se mete en el agua es alta (como sucede cuando el día es caluroso) el agua resultará fría: sin embargo, cuando la jornada es más bien fresca, el agua resultará “calentita”. La explicación, dirá Berkeley, no hay que buscarla, entonces, en una temperatura objetiva del agua sino en la temperatura del sujeto. Nótese que si se traslada esta idea a la discusión en torno a la objetividad de los medios, se hallará que la cuestión es la misma, a tal punto, que el propio Borges, en el cuento que se mencionaba desde este mismo espacio la semana pasada, alteraba sutilmente la máxima para indicar que “ser es ser publicado”. Esto quiere decir que lo que existe, lo que se entiende por realidad, está determinado por la decisión editorial y empresarial que se pone de manifiesto, en particular, en las tapas de los medios gráficos, las cuales, a su vez, para mofarse de los intelectuales que afirman que ya nadie lee diarios, replican y marcan la agenda de la radio, la televisión e incluso de los medios digitales.

La inmensa imaginación de Borges hace que en el cuento aparezcan algunas imágenes maravillosas, como por ejemplo la que indica que, dado que sólo existe lo que es percibido, la mirada de un mendigo habría salvado las ruinas de un anfiteatro y la percepción de unos pájaros y unos caballos habrían hecho lo propio con un umbral.

Pero lo que no puedo olvidar es que en Tlön aparecen una serie de objetos extraños, los “hrönir”. Se trata de lo que Borges llama “objetos dobles” creados por el desinterés o el olvido. El ejemplo para entender esto sería el caso en el que perdemos unas monedas sin darnos cuenta. Si creemos que las tenemos en el bolsillo, siguen existiendo pues las percibimos como estando allí pero dado que estas monedas se han caído realmente, al ser encontradas, esto es, percibidas, por alguien, recobran “nueva existencia” y, por ello, se “duplican” (hay quienes maliciosamente afirman que el argumento berkerliano sería utilizado por el abogado de Sergio Schoklender para explicar de dónde saco su dinero). Así, los objetos se multiplicarían en función de los sujetos que los perciban. Sin duda, esto remite a los modos en que, por ejemplo, la repetición de un hecho de inseguridad repercute de modo tal que parece multiplicarse y así lo que fue único deviene en múltiple. Pero los “hrönir” se encuentran cercanos a otros objetos llamados “ur”. Se trata de los objetos creados por la sugestión. En este sentido, en el cuento se realizan una serie de experimentos y aunque no todos salen como se esperaba se muestra que sugestionando a los individuos es posible que éstos acaben “encontrando” en la realidad aquello que obsesivamente buscaban pero que no era más que una ficción delirante.

No hace falta aclarar el modo en que los medios acaban sugestionando pero me quiero quedar con el final de la historia. Allí, Borges ofrece una posdata en la que devela el interrogante para afirmar que esa enciclopedia apócrifa había sido creada por una sociedad secreta con la intención de confundir a los desprevenidos y hacerles creer que Uqbar era un país común y corriente ubicado en algún lugar del Asia menor. A tal punto llegó esta sociedad que el secreto se mantuvo durante siglos y logró generar una enciclopedia entera dedicada a Tlön.

Sin embargo, esto no es todo pues empiezan a sucederse algunos hechos confusos. Por lo pronto, los objetos existentes en Tlön, esto es, en aquel mundo fantástico de un país a su vez, ficcional, comienzan a aparecer en el mundo real. De allí Borges afirma que la realidad empezó a ceder a este avance de la ficción a tal punto que en poco tiempo la frontera entre ambos mundos se hizo indistinguible. Ya nadie podía darse cuenta si lo real era diferente de lo publicado. Así, dramáticamente, no sería descabellado afirmar que la duplicación de objetos según la percepción, los periodistas de pluma reconocida que sugestionan tanto que acaban autosugestionándose, y una realidad que dice ser la que aparece en la tapa de los diarios, muestra que el mundo se ha convertido en Tlön.

Pero en este contexto, cabe imaginar lo que podría estar diciendo Borges acerca del modo en que las empresas periodísticas acaban defendiendo intereses de los modos más grotescos a punto tal que en algunos casos ponen poco celo en articular relatos verosímiles. Así, probablemente, el autor de Otras inquisiciones no dudaría en catalogarlos como meras ficciones pero, como si esto no fuese ya de por sí una afrenta a la labor de estos periodistas, no faltaría oportunidad para definirlas como pobres ficciones, incoherentes, redundantes, caprichosas y aburridas. Esto no quiere decir que no haya despojos de realidad por allí desperdigados y quizás justamente por eso, el gran desafío, en el medio de tanta manipulación, sea poder generar una ciudadanía crítica con los suficientes anticuerpos como para poder distinguir qué parte de las noticias son las ficciones de Tlön y qué parte corresponde a la realidad.

No hay comentarios: