viernes, 28 de diciembre de 2007

Gestos y sobreactuaciones

Resulta una obviedad decir que la política está llena de gestos y sobreactuaciones. Algunos gestos tienen muchas veces, para bien o para mal, un carácter simbólico, sirven para delinear líneas de gobierno y suelen perdurar en el tiempo. Las sobreactuaciones son exageraciones generalmente insustanciales y con una existencia breve si bien en los últimos tiempos gozan de la amplificación de medios deseosos de escándalos políticos. Gracias a ellas es posible hallar informativos con moralejas, lecciones y dedos acusadores tanto como señoras inseguras que consideran que todo lo malo que ocurre sobre la Tierra es obra de una casta especial de seres diabólicos surgidos por generación espontánea llamados “políticos”.
Más allá de mi definición imprecisa y tan poco técnica de los gestos y las sobreactuaciones y las frecuentes y razonables confusiones hermenéuticas que podemos hallar frente a determinados hechos para clasificarlos en un lugar o en otro, podemos decir que en los últimos días hubo muchos gestos y muchas sobreactuaciones. Seguramente una explicación de esto tiene que ver con la asunción de nuevas autoridades a todo nivel. Generalmente, los recién asumidos aprovechan sus primeros momentos para dar golpes de efecto y sentar las bases de la nueva administración. Las administraciones más cuestionadas aunque por diferentes razones fueron las de la presidenta y la del jefe de gobierno de la Ciudad. La primera pagó el precio de presentarse como continuidad del gobierno de su marido y no pudo gozar del beneficio del idilio que todo recién asumido tiene especialmente con los medios. Los grupos de lobby quisieron cargarse a Moreno y a Garré pero aún no han podido hacerlo y la interna entre De Vido y Fernández no ha sumado nuevas víctimas a Miceli y Picolotti. La muerte de Febres dio espacio a críticas por derecha y por izquierda, la causa por la valija del venezolano con ciudadanía norteamericana pareció tomar nuevo vigor y la interna sindical corta las calles y suma muertos. Para 15 días parece mucho. En cuanto al jefe del PRO, las lamentables designaciones de funcionarios procesados muchos de los cuales poseen un perfil manifiestamente reaccionario, sumado a los importantes cargos en los que ha designado a amigos de colegio de dudosa idoneidad, le costaron feroces críticas de sectores progresistas que se encuentran agazapados y que seguramente hallarán en lo que respecta al manejo de la cultura, un espacio donde acentuar las diferencias con el ex presidente de Boca. La mayoría de los hombres y mujeres de cultura de la ciudad tienen el prejuicio bien fundado de que la gestión en cultura será un retroceso. Aunque también existen hombres y mujeres de cultura que apoyan la gestión si bien en muchos casos se trata de gente que busca trabajo en algunos de los eventos que organizará la Ciudad.
Ahora bien quisiera detenerme en lo que considero los hechos más relevantes de las últimas semanas algunos de los cuales ya fueron mencionados. En primer lugar, se trata del caso Febres. En este sentido debería decirse que el gobierno de Cristina Fernández parece tener la suficiente decisión política como para promover los juicios a los represores. Esto se vio claro en la mención a las Madres realizada por la presidente en el discurso de asunción y seguramente se irá profundizando en la medida en que más represores sigan siendo condenados. El gobierno de Kirchner y ahora el de Fernández podrán ser criticados desde mucho ángulos pero si hay algo que los destaca es su política sobre los derechos humanos. Los gestos en ese sentido han sobrado y hasta hubo espacio para alguna sobreactuación pero parece uno de los elementos más positivos del último gobierno. En este sentido, las críticas por la desaparición de López o la muerte de Febres resultan bastante injustas y suelen provenir mayoritariamente desde sectores de ultraizquierda impotentes ante un gobierno que parece haberles quitado una de sus banderas más importantes o una derecha minoritaria y reaccionaria que tergiversa maliciosamente hasta la vacuidad al concepto de lesa humanidad y se encubre en los eufemismos de “reconciliación” y el “hay que mirar hacia adelante”.
Un segundo gesto ha sido el de Cristina Fernández hacia la Iglesia. En este sentido, aún antes de asumir, la ahora presidente dejó bien en claro que intentaría un acercamiento hacia la Iglesia. De allí que no debería sorprendernos su declaración en contra de la despenalización del aborto, su audiencia con Bergoglio y los obispos y la designación de Ocaña en Salud. Está última, ligada a ciertos sectores de la Iglesia declaró de modo poco feliz que “el aborto no es un tema de política sanitaria sino de política criminal” (Página 12, 26/12/07). Sería lamentable que esta designación derribe los auspiciosos pasos que se habían conseguido con Ginés González García al mismo tiempo que obturen ciertos debates que la sociedad argentina se merece.
El tercer gesto fue también de la presidente, en este caso frente a los nuevos implicados que tuviera la causa de la valija con espías, dobles agentes y, como si faltara algo para transformase en un capítulo de una serie televisiva de los años ochenta, el contexto de Miami. Cristina Fernández reaccionó y tuvo un gesto, tal vez una sobreactuación, no lo sé, en la que acusó al gobierno norteamericano de atacar la autonomía de los países y en este caso puntual el eje Mercosur-Chávez. No resulta descabellado pensar que algún sector del ámbito gubernamental y/o judicial de Estados Unidos intente generar un escándalo que vincule a Chávez si bien también es verdad que la valija existió. Ahora bien, inferir a partir de la existencia de esa valija que este es un gobierno corrupto, con una estructura mafiosa similar o peor a la de Menem, certificar como verdaderas en las tapas de los diarios las afirmaciones de esos oscuros personajes que son indagados en Miami, enviar corresponsales especialmente a cubrir las indagatorias y que dirigentes de la oposición anden paseando por allí “para seguir de cerca las novedades”, parece una exageración, una sobreactuación. Este tipo de casos, como en las series a las que hice mención antes, alimentan el ansia de sospecha constitutiva de nuestra sociedad que se manifiesta en el discurso paranoide de intelectuales, egresados universitarios y taxistas por igual.
Por último, un párrafo aparte para la medida que adoptaría Macri respecto a dar prioridad a los porteños en los hospitales de la Ciudad. Aquí otra vez se mezclan los gestos y las sobreactuaciones en una medida que no sé precisar. Es un gesto, por un lado, porque está dirigido al votante medio de Macri que realiza un razonamiento como el que sigue: “Es el dinero de los contribuyentes de la Ciudad el que solventa los servicios que brindan los hospitales de la Ciudad; deben utilizar los servicios sólo aquellas personas que pagan por ellos; los ciudadanos de la provincia de Buenos Aires o de países limítrofes no pagan por esos servicios; por lo tanto no deberían usarlos (o no deberían tener prioridad)”. Pero también es una sobreactuación en la medida en que el otorgamiento de prioridad parece técnicamente muy difícil de llevar adelante y seguramente no generará ningún cambio sustancial en lo que a mejora de servicio refiere.
He escuchado varias críticas hacia la medida impulsada por Macri. Por lo pronto, el gobierno de la provincia con buen tino recordó que la Ciudad deposita su basura contaminante por toneladas en forma diaria en el territorio que ahora gobierna Scioli y no paga por ello. Pero desde muchos otros sectores, incluyendo columnas de opinión o hasta declaraciones del ahora senador Filmus, se hizo hincapié en que la medida vulneraba el principio de solidaridad, principio que, al fin de cuentas, se observa en varias áreas de nuestra sociedad como por ejemplo el régimen de reparto. Creo que sin duda es una medida poco solidaria pero me pregunto si la solidaridad es algo exigible. En todo caso cuando alguien es solidario se lo agradecemos pero no podemos exigir que lo sea. Es casi tan absurdo como cuando los presidentes de un país les piden a los empresarios que sean solidarios. No resulta casual, entonces que resulte difícil exigirle solidaridad a un gobernante que cree poder manejar un país como un aséptico gerenciador. Es por eso que considero que la crítica debe ir por otro carril, el carril que opera en muchos de los porteños y que tiene que ver una lógica autointeresada, egoísta (no lo digo en términos peyorativos) y que en un sentido podría pensarse casi como la fórmula del imperativo kantiano. Desde este punto de vista los porteños se darían cuenta que esta actitud de Macri, a la larga va a desfavorecer a los habitantes de la Ciudad. Un porteño, entonces, antes de evaluar la medida debería preguntarse lo siguiente: ¿querría yo estar con un problema de salud en una provincia argentina y que por ser porteño se me postergara la atención? Haciendo una analogía con otras posibles medidas de prioridad: ¿querría yo que tras recibir un robo en una provincia argentina y tras hacer la consecuente denuncia a la policía de esa provincia, el oficial me dijese “lo lamento mucho pero el tratamiento hacia los robos a nuestros coprovincianos tienen prioridad”? Por último, ¿querría yo estar paseando con mi auto por una provincia y que los semáforos estuvieran programados para darle prioridad a los vehículos cuya patente es originaria de esa provincia? Los ejemplos podrían seguir pero temo abrumar con tantas preguntas retóricas.
Para concluir, entonces, debería decir, como usted seguramente lo está pensando, que el límite entre los gestos y las sobreactuaciones es profundamente controvertido y por sobre todo muy poco objetivo. Asimismo, también debe tenerse en cuenta que la perdurabilidad de los gestos y la transitoriedad de las sobreactuaciones es algo que resulta difícil de evaluar en el tiempo presente. Sin embargo, hacer el ejercicio de poder discernir en qué categoría calificamos cada hecho para darle su verdadera magnitud puede permitirnos comprender un poco más eso que está allá afuera y que llamamos realidad.

martes, 11 de diciembre de 2007

Del café literario a la unidad básica

Cuando hace algunos días se le consultó al ahora ex presidente Néstor Kirchner a qué se iba a dedicar tras 20 años ininterrumpidos de gestión ejecutiva, con la ironía que lo caracteriza ante el periodismo respondió: “me iré a un café literario”. Más allá de la broma, todos saben que Kirchner tendrá un rol central en la gestión de su esposa si bien seguramente mantendrá el perfil bajo en la medida en que las circunstancias no demanden otra visibilidad.
El off the record, esto es, aquel eufemismo por el cual los periodistas políticos chismosean como periodistas de espectáculos y adquieren la impunidad de la fuente indemostrable, afirma que Kirchner se encargará principalmente de “re-organizar” el partido justicialista. Parece razonable que sea así puesto que todos sabemos que el PJ sea lo que fuere hoy en día, para bien o para mal, es el único partido que parece garantizar gobernabilidad. Cristina no podrá gobernar sin una mayoría importante del partido y será su marido quien deba domesticar la tropa.
En este sentido, la búsqueda de consenso con otras fuerzas en esto que se dio en llamar Concertación plural puede resultar importante pero insuficiente a la hora de la gobernabilidad. De hecho, seguramente el candidato opositor al Frente para la victoria en 2011 seguramente provendrá del interior del propio PJ. El propio Macri, aún haciendo una gran administración en la Ciudad sabe que tendrá que ir a buscar al peronismo disidente si quieren llegar con posibilidades ciertas a disputar la presidencia dentro de 4 años.
Me detengo aquí en un punto: hay quienes afirman que la concertación plural no es otra cosa que una transversalidad aggiornada que se nutrió de una nueva terminología para seguir el manual de la sobrevalorada disciplina del marketing político. No me parece que sea este el caso. La transversalidad suponía una comunión ideológica no necesariamente vinculada a actores de poder. Más bien se trataba de construir por fuera de las estructuras del PJ un movimiento de centro izquierda que tuviera un proyecto y la capacidad de llevarlo a cabo. Allí se incluía actores que ocupaban cargos electivos y otros que simplemente acompañaban el proceso. La transversalidad puede ser un poco más o un poco menos abarcativa pero se define por sobre todo por un pensamiento llamemos “progresista” en el sentido vulgar del término. El eje de la concertación plural, en cambio, es la gobernabilidad. El pacto es entre estructuras de poder cuya cara visible son los gobernadores. Antes que la transversalidad, lo que se encuentra emparentado con la idea de Concertación plural es la idea de Pacto Social sobre el cual tanto machacó Cristina. Allí sí se ve a las claras, que se trata de la gobernabilidad: sindicatos, empresarios y Estado sentados en la mesa de negociación para garantizar paz social y equilibrio.
Este viraje de lo ideológico a lo pragmático puede ser visto como una claudicación o una pendiente propia de los tiempos políticos por los que atraviesa el mundo. Quizás sea parte de ambas. Pero es un hecho que la transversalidad como movimiento fracasó y que el 22% de los votos con que Kirchner llegó al poder de un Estado en quiebra exigía una base de sustento en los actores de la política. En ese sentido la habilidad política de Kirchner estuvo en domar el aparato peronista de la provincia de Buenos Aires dejando a la transversalidad circunscripta a las alianzas contra Macri en la Ciudad.
La alianza con el aparato bonaerense de caudillos y punteros, incluyendo personajes altamente execrables resulta, sin duda, pasible de crítica pero cabría preguntarse si existía otra opción y si Cristina está hoy en mejores condiciones para impulsar un cambio que acabe con la lógica prebendaría y mafiosa de muchos íconos de Buenos Aires. Qué hubiera pasado de no haber habido apoyo del aparato bonaerense es un contrafáctico que en tanto tal no tiene respuesta si bien la historia reciente, al menos desde el regreso de la democracia, parece darnos algunas pistas. En todo caso, lo que resta saber es si Kirchner intentará liderar el partido a partir de la simple obediencia que genera quien detenta el poder en un partido cuya característica central es el verticalismo o si por el contrario, aún a riesgo de profundizar las divisiones en el partido, intentará darle ese tinte ideológico que caracterizó a la búsqueda de transversalidad y que puede cooptar a parte del movimiento. De darse esto último, ideología y gobernabilidad pragmática quizás puedan acercarse bastante más.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Contrato moral, contrato político

Si bien ha transcurrido casi 3 semanas desde las elecciones, la virulencia de algunos cruces entre el gobierno y los partidos de la oposición no ha sucumbido ante el final de la contienda electoral. El principal flanco de los ataques por parte de los voceros del gobierno es Elisa Carrió quien de manera poco feliz declaró que tras las elecciones se retiraba 3 meses al mar si bien eso no hizo que adoptara el perfil bajo que el contexto pos elección pedía. En principio hay dos cuestiones importantes que afectan a Carrió y que han sido tapa de los diarios: el éxodo de los principales referentes del ARI (ahora denominado grupo de los 8) de la Coalición Cívica acusando a ésta de haberse “derechizado” al incorporar a Patricia Bullrich, a Estenssoro y coquetear con López Murphy entre otros. La segunda cuestión que llamativamente aparece ahora tiene que ver con la declaración jurada de Carrió (digo llamativamente porque ésta ya era pública y hasta había aparecido en el Clarín del día 14 de octubre). Carrió declara que tiene un patrimonio total de 104.460 pesos conformado por: un departamento valuado en $54.000 que le presta a una diputada del ARI; dos terrenos en el Chaco cuyo valor es de $5000 en un caso y $2795 en otro; en bienes del hogar tiene $22.346. Pero por si esto fuera poco, a estos magros 104.000 pesos debemos restarle $65000 que Carrió debe al Banco Hipotecario y a otros bancos con el agregado de que podría perder el departamento de $54.000 si sale una sentencia en su contra en un juicio por calumnias e injurias que le sigue Eduardo Duhalde. Una última cuestión: actualmente Carrió no tiene trabajo y la mantiene una colecta que hacen algunos diputados del ARI.
Varias reflexiones se pueden hacer al respecto: por lo pronto parece poco creíble que una profesional, que a su vez posee un apellido de gran prestigio en el ámbito del Derecho, y que lleva al menos 15 años en la política prácticamente no tenga patrimonio. Parece una exageración de Carrió en ese sentido. Ella no iba a obtener un voto menos por decir que su patrimonio es de, pongamos, 1.000.000 de pesos. Hay tantas buenas razones para votar a Carrió que hacerlo por su escaso patrimonio es ofensivo a sus cualidades. Por otra parte, no hace falta ser indigente para ser honesto y lamentablemente esta declaración jurada genera la idea de que o bien Carrió miente o bien es una pésima administradora.
Ahora bien, tal vez alguien ingenuamente podría decir que una mala administradora de sus ingresos difícilmente pueda hacerse cargo de un país. Pero esta última idea es tan falaz como la que indica que quien administra bien una empresa y un club de fútbol necesariamente administra bien un país. A veces se da así pero no hay una conexión lógica entre estas afirmaciones. Pero el elemento más importante que puede perdurar es uno que puede afectar aún más a Carrió. Me refiero a que se dirá que ella miente y que, por lo tanto, la guardiana de la moralidad argentina esconde una naturaleza jánica. Así Carrió perdería la legitimidad para exigir el contrato moral. Pero me quiero detener un poco en este punto. Está claro que el contrato moral ha sido el “caballito de batalla” de Carrió, aunque quizás no tanto en esta campaña que fue mucho mejor manejada por sus asesores y jefes de campaña. Pero yo siempre me pregunté qué quería decir eso de ”contrato moral”. Por un lado parece remitir a la tradición contractualista como parte de una estrategia de situarse dentro de algo así como “una línea de pensamiento republicana”. Pero la idea de que el contrato debe ser moral me desconcierta. ¿Es moral porque la gente debe ser buena y, dado que no lo es, la sociedad debe cambiar? ¿O se refiere a que debe haber una única moralidad, en el sentido de que los argentinos debemos perseguir un único ideal de la buena vida? Esto último es casi un ideal clásico por no decir anacrónico. Las sociedades modernas occidentales son plurales y la tradición contractualista intentaba dar respuesta a esa situación. Se trata de algo más o menos así: ya que todos pensamos distintos, pongámosnos de acuerdo en derechos y delegaciones que nos garanticen que cada uno pueda perseguir la forma de vida que desee. Esto lo sabemos al menos desde el siglo XVII con lo cual no creo que el contrato moral se refiera a esto. Queda, entonces la primera alternativa: el contrato moral es que todos seamos buena gente. Es decir: el problema de la Argentina es que cuando podemos violamos la ley y los políticos son los primeros en violar la ley justamente porque utilizan lo público para favorecer sus intereses privados. Igualmente, se dice, los políticos son sólo un emergente de una sociedad en descomposición. Sin embargo, mientras la sociedad cambia, la gente debería votar a personas honestas (léase Carrió). De manera simplificada ese sería el razonamiento. Dicho esto resulta claro, que la inmoralidad de mentir derribaría el constructo de Carrió y su legitimidad. Y me pregunto por qué.
¿Sería peor gobernante Carrió por habernos mentido en su declaración jurada? ¿Telerman hizo una peor gestión desde que nos enteramos que no era licenciado? ¿Las propuestas de Blumberg se hicieron poco atractivas por no ser éste ingeniero? ¿Clinton fue menos demócrata por negar, en un principio, algo tan común como la felatio de una becaria? Lo paradojal es que Carrió queda presa de su propia lógica de moralizar la política y parece estructurar lo político detrás de la dicotomía honesto (moral) versus deshonesto (inmoral). Esta es otra de las graves consecuencias de una crisis como la de 2001. Alcanza con ser honesto para recibir un voto. Eso mismo se decía de Zamora: lo votamos porque es honesto y porque vive de vender libros. La moralización de la política no permite evaluar estrategias de gobierno ni proyectos de país. Importan sus ejecutores. Si roban son del eje del mal. Si no, están de nuestro lado. Hay dos bandos nada más: los buenos y los malos: Menem y todo el resto. Y los nuevos malos también son Menem. Kirchner es Menem y de este lado nosotros, los buenos ciudadanos. Nosotros que siguiendo la tendencia de algunos espiritualistas públicos afirmamos que alcanza con ser buenos ciudadanos y generar comunidades bloggers con pseudónimos para cambiar el mundo. Nosotros que por mail nos anotamos en una lista para que no cierren un canal que no vimos nunca; nosotros que con sagaz claridad observamos que el único problema de este país es que se roban la plata.
La corrupción a todo nivel es sin duda un problema y sería deseable que este mal endémico de los hombres no exista. Pero, justamente, los grandes pensadores del contractualismo trataron de presentar la justificación a un Estado formado por hombres que no son ni ángeles ni santos. Hombres que en algunos casos son egoístas, envidiosos, ladrones y corruptos. Por eso diseñaron un contrato político y no moral. El moral era imposible. Dividieron el ámbito de lo público y lo privado y creyeron que sólo en torno del primero se podía pactar. Cuando todos persigamos el mismo ideal de buena vida o todos seamos hombres buenos, seguramente las formaciones jurídicas serán casi obsoletas. Allí no hará falta elegir a nadie que mande. El día de la plena moralidad será el día en que el contrato político carezca de sentido.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Las lecciones de la elección

Si bien fue un lugar común decir que las elecciones no despertaron gran entusiasmo, cualquier acto eleccionario genera una sensación de histeria generalizada para lo cual la tarea más saludable es apagar la televisión y la radio unos días antes y el día domingo a las 21hs conectarse a la página del ministerio del interior y corroborar los datos. Esto último lo hice aunque me resultó más difícil poder aislarme de la radio y la TV.
En lo particular estas elecciones me parecían importantes no sólo en sí mismas sino para poder corroborar, y aquí vuelvo a repetir la palabra, la “histeria” que algunas exageraciones de meses previos habían generado. No hubo ballotage a pesar de que algunos comunicadores, a veces por formar parte de la campaña, y a veces por la lógica de la noticia y la búsqueda de expectativa, se encargaban de decirlo. Cristina llegó al 45% (44,9%) y dobló a la segunda fuerza. Si bien fue la misma diferencia que Macri obtuvo sobre Filmus en primera vuelta esta vez se prefirió no decir que el oficialismo “arrasó”.
Cristina ganó en todas las provincias salvo San Luis y Córdoba. Incluso ganó en Santa Cruz donde, a juzgar por las noticias que llegaban hasta aquí, parecía tratarse de una provincia al borde de la guerra civil. La fórmula presidencial del oficialismo obtuvo allí un 68% de los votos contra el 17% de la coalición cívica. Donde también parecíamos estar al borde de la guerra civil era en Gualeguaychú. Sin embargo, allí ganó el oficialismo con el 45,7% de los votos.
Los candidatos de la mano dura, especialmente Blumberg, que en algún momento fueron presentados como los líderes de la oposición finalmente no lo fueron tanto. Así Blumberg sacó 1,3% como gobernador y 0,9 como diputado. Aquellos que inflaron la candidatura de Blumberg se excusaron diciendo que el triste episodio por el cual se demostró que no era ingeniero minó su caudal de votos aunque yo me inclino a pensar que tal vez, por ahora, fueron sus ideas y la mediocridad especulativa que lo hizo coquetear con todos los candidatos para cerrar finalmente con Sobisch, lo que no fue bien recibido por la gente. Al fin de cuentas, las ideas de Blumberg son buenas o malas más allá de que sea o no ingeniero, esto es, más allá de que sea un mentiroso.
Otro elemento a resaltar es que en los lugares donde la gente del campo resulta mayoría allí también ganó el oficialismo (véase, por ejemplo, las distintas localidades de la provincia de Buenos Aires). No podía ser de otra manera, pienso yo, pues el campo está obteniendo, probablemente, las mayores ganancias de su historia, no sólo por su propia capacidad, sino porque el gobierno ha decidido mantener una política económica que favorece a este sector entre otros. Así parece sobredimensionada la exposición mediática que tienen algunos dichos o medidas de ciertos sectores del campo, evidentemente minoritarios aunque poderosos, que no admiten ningún tipo de retención y patalean como chicos si no reciben los subsidios del mismo Estado al que critican cuando interviene y busca controlar los precios.
Finalmente ni la inseguridad ni la inflación parecieron afectar demasiado al gobierno (por cierto, hoy pude comprar tomate perita a 2,50 el kilo de manera tal que si el tomate es el indicador principal de la inflación espero para octubre un número inferior a cero). Tampoco la demanda de calidad institucional ni algunos hechos de corrupción. Importó, en términos generales, la recuperación económica del país si bien también algunos votantes pudieron tener en cuenta los avances en la política de derechos humanos, la independencia de la corte suprema, la gestión en salud y en educación, etc. Sin embargo, estoy seguro de que estos avances habrían sido opacados si la economía no anduviera bien.
Antes de meterme en la post elección y en la nueva agenda mediática debemos decir que López Murphy logró despilfarrar el caudal de votos obtenido hace 4 años y con una gran exposición mediática, apenas consiguió el 1,56% de los votos. Finalmente no resultó un candidato tan racional y honesto como algunos, en subrepticia campaña, intentaron instalar. Lo mismo ocurrió con Melconián y Pinedo que obtuvieron el 12% en Capital a pesar de que el Pro había sacado el 60% cuatro meses atrás. Macri, sin ponerse colorado dijo que la gente ya no vota partidos sino nombres. Esta es una gran verdad. El gran problema es para qué, entonces, la puesta en escena, de “un día, una propuesta” o la idea de “esto es Pro y eso no es Pro”. Finalmente, la identidad Pro de repente se diluyó y ahora se encarnó en el fundador. Ahora deberíamos decir “esto es macrista y esto no”. ¿Acaso la “nueva política” es que las identidades partidarias se diluyeron y sólo votamos personas?
Por último, la izquierda volvió a repetir como lo ha hecho una y otra vez, una pobre elección y uniendo a Ripoll, Castells, Ammann, Montes y Pitrola no se llega al 3,2% de los votos. Si bien sumados representan más que Sobisch y López Murphy juntos, parece difícil arrogarse demasiada representatividad con este resultado.
Pero me quiero detener en la post elección. A juzgar por lo que vi en la semana parece que el triunfo del oficialismo quedó en un segundo plano frente a los “grandes temas argentinos”, esto es: ¿quién es la oposición: Macri o Carrió? y ¿Por qué Cristina perdió en los grandes centros urbanos? Dado que esto es lo único que importa daré mi opinión:
La oposición no es ni Macri ni Carrió. La mejor demostración es la que surge de comparar las últimas elecciones en Capital Federal cuya distancia temporal fue de apenas 4 meses. Ya dijimos: el Pro pasó del 60 al 12% y Carrió, la gran perdedora hace 4 meses apoyando a un Telerman tercero, ahora obtuvo 37%. Muchos de los que votaron a Carrió en octubre, antes votaron a Macri a pesar de que no son lo mismo. Para entender esto ayuda, en parte, una idea que apareció en los medios: “el gorilismo”. Para decirlo de modo más académico el clivaje peronistas vs antiperonistas parece ser una variable explicativa importante. Todavía hay quienes dicen “yo voto al candidato peronista sea quien fuese” (piense si no por qué Rodríguez Saá peleó tanto por poder poner “el sellito” del PJ) y quienes afirman “voto a cualquiera menos a un peronista”. En franco proceso de disolución radical, el voto antiperonista ahora se dispersa hasta que aparezca alguna figura o entramado político como la Alianza que emerja como alternativa razonable (esto, por supuesto, independientemente de cómo terminó esa aventura en el 2001). Pero también hay otra variable que no debe ser propiedad solo de los argentinos: esto es lo que podemos llamar el voto antioficialista, sea oficialismo el partido que fuese. El poder desgasta y la gente necesita cambiar. Las razones psicológicas de este fenómeno me exceden pero a veces este caprichoso elemento puede ayudar a explicar una buena cantidad de votos contra el gobierno de turno. La idea de cambio siempre da un respiro. Pasa en todo ámbito: con las parejas, con los amigos, con los técnicos de fútbol y también pasa en la política. Si lo que viene con el cambio es peor esa es otra cuestión. Pero tenemos que cambiar porque la actualidad nos agobia. Claro que estas variables no son las únicas que explican el voto opositor. Sólo digo que pueden ayudar a entender una parte importante de éste.
Las próximas elecciones dirán quién es la verdadera oposición. Es decir habrá que ver quién logra posicionarse ante la opinión pública y a quién fogonean los medios. Puede ser cualquiera. También habrá que ver si el gobierno está fuerte, o se debilita y comienza la diáspora. Hasta el 2009 no hay oposición: hay oficialismo y gente en contra del oficialismo pero oposición no.
En lo que respecta a los centros urbanos habría que hacer algunas aclaraciones. La provincia de Buenos Aires, la provincia de Santa Fe y Mendoza son grandes centros urbanos y en los 3 ganó Cristina. Es más, sólo perdió en Capital y en Córdoba. Sin embargo, resulta real que si sumamos todos estos centros la ventaja entre el oficialismo y la segunda fuerza no sería tan amplia. Esto muestra algo que se viene repitiendo históricamente: la clase media y alta, las capas más educadas son generalmente reacias a votar candidatos peronistas. En cambio las clases bajas, las menos educadas votan, comúnmente, peronistas. ¿Acabo de sorprender a alguien con esta afirmación? Más allá de la repugnante idea que se intenta instalar y que subyace a los debates sobre este fenómeno, esto es, la inconfesable creencia de que el voto de las capas medias y altas y de los más educados tiene una cualidad superior que el resto de los votos, de lo cual se sigue que este es un gobierno que no tiene legitimidad por que es votado por el “aluvión zoológico” desdentado, miserable e ignorante, quisiera detenerme en un último punto que sirvió de base para la poco feliz denuncia de fraude de algunos miembros de la oposición, sumado a comunicadores, gente común de la calle y bloggers que llenaron los foros de internet indignados ante el resultado. ¿Usted no oyó repetidas veces afirmaciones como “yo no conozco a nadie que vote a Cristina”? Amigos, compañeros de la universidad y muchos comunicadores repitieron esta frase. Pero inmediatamente iban un poco más allá y decían o bien que la gente la vota a Cristina pero como le da vergüenza no lo dice como ocurrió con Menem en el 95; o bien que, efectivamente, nadie la va a votar y que si gana hay fraude. Lo que toda esta gente no entendió es que tanto los comunicadores, como los que consumimos medios de información, somos de clase media o alta y tenemos una formación terciaria o universitaria además de que vivimos generalmente en Capital Federal. Justamente se trata de todas las variables que hacen que el voto de Cristina disminuya. No hacía falta fijarse en el resultado de la elección: ya lo decían las encuestas algunas semanas antes. Por eso, para cerrar se me ocurre decir lo siguiente: que el pueblo nunca se equivoca es un apotegma que a veces no se cumple. En este caso puntual, si el pueblo se ha equivocado o no al votar a Cristina sólo el tiempo lo dirá. Ahora bien, los que sí se equivocan siempre son aquellos que toman un poco de los presagios de dos o tres amigotes universitarios, le suman a eso un par de charlas con taxistas, las opiniones de algunos irritables blogs más lo que dicen algunas radios y deducen de allí un teorema general que da cuenta del comportamiento de la Argentina toda, una Argentina que tiene superficie visible pero una profundidad que es mayoritaria y también vota.

miércoles, 24 de octubre de 2007

¿La Moncloa? Sí, pero ¿cuál la Moncloa?

A una semana de las elecciones presidenciales que, como indican todas las encuestas, llevarían a Cristina Fernández (CF) a la presidencia sin mediar una segunda vuelta, existe un uso y abuso de políticos y analistas respecto de la necesidad de realizar un “pacto de la Moncloa argentino”. Todo el arco político, desde Macri, pasando por Carrió hasta la propia CF, hablan de trasladar a nuestro país el espíritu del pacto que dio origen a la etapa democrática española y del cual, casualmente, en estos días, se cumplen 30 años.
Ahora bien, ¿qué quieren decir estos actores de la política cuando recurren a esta figura del pacto? Aparentemente se trata de sentar unas bases comunes entre los partidos políticos, los sindicatos y los empresarios de manera tal que se asegure una continuidad político-institucional y económica en el mediano y en el largo plazo.
Está claro que pedir un pacto de la Moncloa argentino es políticamente correcto tanto como la idea de consenso y de reconciliación. Sin embargo, seguramente, para los diferentes actores de la política argentina estos términos deben tener significados diversos.
Por lo pronto digamos que el contexto argentino en la actualidad, por suerte, dista mucho de aquel que dio origen al pacto en España: sabemos que la muerte de Franco en el 75 tuvo como herencia inmediata en el plano político toda la inestabilidad propia que sucede a una dictadura que en este caso había durado 40 años; a su vez, en el plano económico había recesión, desequilibrio en la balanza de pagos, inflación y endeudamiento. Esto hizo que en el 77, el gobierno de Suárez firmara un pacto político y económico ratificado por todo el arco parlamentario que sentaría las bases de lo que finalmente sería la nueva constitución española, y catapultaría el despegue económico de España y su “inserción” a Europa.
Trasladado a la Argentina, este pacto “fundacional” parecía más necesario en el 2001 cuando un diario francés tituló “La Argentina no existe más” pero parece exagerado plantearlo en estos términos hoy. Sin embargo, está claro que nuestra sociedad se encuentra lejos de haber eliminado tensiones de lo cual se sigue que tal vez un pacto que recupere este espíritu podría ser importante.
Pero aquí hay varias cuestiones a tener en cuenta. En primer lugar, como es de suponer, seguramente el oficialismo será más reticente a pactar. No sólo porque estamos lejos de una crisis terminal sino porque parece haber un amplio apoyo de la ciudadanía a la gestión. Por otra parte, este oficialismo de extracción peronista sea lo que fuese que este término signifique hoy, parece tener garantizada, por su pertenencia, un margen de maniobra y gobernabilidad alto (algo que no sucedería con la oposición, pues, no debemos olvidar las dificultades que han tenido todos los gobiernos no peronistas para terminar sus mandatos en los últimos 60 años). Pero también debemos tener en cuenta que hace falta una oposición robusta y crítica y no rezongona y rapiñera.
En otras palabras, la posibilidad de un pacto social supone no sólo un gobierno abierto al diálogo lo que, dicho de otro modo, supone aceptar errores; también necesita una oposición dispuesta a aceptar aciertos. Como comenté en un artículo algunas semanas atrás, la única oposición crítica y razonable parece la de Binner en Santa Fe pues tiene la suficiente honestidad para reconocer aciertos sin ser condescendiente ni aliado del gobierno. En el resto de la oposición no veo esa actitud. Más bien, noto que, más allá de la apatía general, conforme se acerca la elección, los bandos parecen radicalizarse entre aquellos antikirchneristas que ven en cada acción de gobierno un elemento criticable y un bando kirchnerista algo miope a la hora de reconocer algunos errores.
Pero, por otra parte, hay una cuestión de fondo que nunca se expone y sería: ¿cuál va a ser el contenido del pacto? Está claro que no resulta trivial esta pregunta y que los actores que lo promueven parecen suponer ingenua o maliciosamente que este contenido es accesible a todos de manera objetiva, que los actores de la negociación, por una suerte de mano invisible y justa, redondearán un acuerdo en el que todos resulten perjudicados y beneficiados por igual. En este sentido me permito ser escéptico y me gustaría ensayar algunos posibles problemas que podrían surgir y que se vinculan con lo dicho anteriormente.
Supongamos que el gobierno se abre al diálogo y allí la oposición examina algunos de los gestos del gobierno. Señalaré los que desde mi punto de vista resultan aciertos importantes de esta gestión algunos de los cuales resultan casi fundacionales. ¿La oposición aceptaría la independencia de la Corte suprema? Supongo que sí. ¿Y aceptaría la política de derechos humanos que entre otras cosas anuló las leyes de punto final y obediencia debida lo que ha permitido juzgar a genocidas como Von Wernich? Ahí ya no estoy tan seguro puesto que, como lo han dicho públicamente muchos representantes de la derecha, “no hay que abrir las heridas del pasado. Hay que pensar en el futuro y reconciliarnos”.
Otro elemento fundacional sería el de la relación con los acreedores internacionales. Este gobierno, contra la opinión generalizada de gurúes y operadores, la cual en algunos casos llegó hasta la mofa, logró una quita del 75% sobre una parte de la deuda. Además comenzó una política de desendeudamiento y posterior independencia del FMI y haría lo propio con el club de París. ¿Qué diría la oposición sobre este asunto?
Otro paso de este gobierno que a mí me resulta positivo pero que no sé cómo sería tematizado por la oposición en el “pacto”, sería la reforma previsional que permitió que se pudiera volver a elegir entre el aporte a las AFJP y el sistema de reparto evitando, creo yo, una de las más importantes estafas con la que nos íbamos a sorprender los argentinos en unos años.
Otro elemento fundacional es el del modelo de país. Este gobierno ha dado algunas señales para intentar retomar la senda de la industrialización lo cual es acompañado por unas medidas de coyuntura como un dólar altamente competitivo. ¿Habrá consenso sobre este punto?
Por último, la interesante política en el área de salud llevada adelante por Ginés García, con la ley de genéricos, la ley de salud reproductiva y el fomento de apertura al debate de temas espinosos y silenciados como el aborto y la eutanasia parecen también de dudoso consenso.
Una vez aclarados los que para mí son aciertos del gobierno viene la pregunta acerca de cuáles son los déficit del mismo, los cuales, supongo, serían señalados por la oposición. Aun suponiendo que hubiera acuerdo en los puntos anteriores (lo cual descarto por completo) cabría preguntarse: ¿no es posible una mayor redistribución de la riqueza? La política económica ha sido eficaz al bajar la pobreza a la mitad pero aún quedan 10 millones de argentinos pobres. Otro punto donde el gobierno ha avanzado pero no lo suficiente tiene que ver con la calidad del empleo: todavía hoy casi el 50 porciento de la población tiene un empleo informal.
Asimismo de la mano del empleo en blanco y la redistribución de la riqueza viene la pregunta acerca de los impuestos. ¿No habría que hacer una reforma tributaria de manera tal que el sistema fuera menos regresivo de lo que lo es hoy?
Otro tema espinoso: los subsidios y las empresas de servicios. Está claro que con el fin de evitar la conflictividad social el gobierno ha estado firme frente a cualquier intento de aumento de tarifas. Claro está que esto, en algunos casos, se ha hecho a base de subsidios que suponen un gasto cada vez más grande para el Estado. Dejar de subsidiar, por ejemplo, los transportes, supondría un aumento de proporción sobre el boleto y, por ende, sobre el bolsillo. Sin embargo, ¿es justo un subsidio indiscriminado por el cual el que toma la línea H a Pompeya paga lo mismo que el que toma la D hasta Juramento? Lo mismo sucede con el gas oil, etc.
Por otra parte, los planes Jefes y jefas de hogar, por suerte, son necesitados por menos gente hoy. Sin embargo, podríamos preguntarnos si es la mejor manera de llegar a los que más lo necesitan y si no sería mejor algún tipo de salario familiar de alcance universal por hijos o alguna propuesta en esa línea.
Un tema recurrente y que seguramente será uno de los que más preocupa es la relación entre los sindicatos y los empresarios. Como bien sabemos, el salario en blanco ha crecido más que la inflación desde 2003 y se ha vuelto a la saludable tarea de rediscutir periódicamente la recomposición salarial. Cada vez que esto sucede, los operadores de prensa dejan entrever la idea de que el aumento de los salarios genera inflación. Lo que no se dice es que en las últimas décadas y hasta el 2003 la proporción de la torta que se llevan los trabajadores ha ido decreciendo y que si bien ha habido avances en esa línea hay mucho terreno por recuperar.
Por último, el gobierno ha dado algunas señales contra las empresas de servicios privatizadas devolviendo al Estado alguna de ellas. Sin embargo, resta discutir una política global que, por ejemplo, nos diga qué hacer con los recursos energéticos que hoy no se encuentran en manos del Estado argentino. Salvo sectores de izquierda, son pocos los que hacen hincapié en este punto.
La lista de tema puede seguir pero temo aburrir. Como se ve, el pacto de la Moncloa argentino supone no sólo un gobierno abierto al diálogo y una oposición no mezquina. Eso es importante pero no resulta tan relevante como el problema de fondo que es: cuál va a ser el contenido del pacto? En otras palabras, ¿es posible que la agenda del pacto sea progresista y que una vez asentados los pasos importantes en la política de derechos humanos, la relación con los organismos de crédito, el sistema jubilatorio, el modelo de crecimiento del país y los avances en el área salud, pongamos sobre la mesa, la redistribución de la riqueza, el sistema de subsidios, la participación de los trabajadores en la ganancia empresarial y las privatizaciones de áreas estratégicas? ¿O sólo vamos a pactar acerca de los grandes “temas” argentinos, esto es, la edad de imputabilidad, el INDEC, el recorte del gasto público y la prohibición de la obesidad y el uso de botox para las candidatas mujeres?

lunes, 8 de octubre de 2007

Mensajes de campaña

En la medida en que me doy cuenta que el pueblo argentino podría, al menos por ahora, eliminar de su dieta habitual rica en frutas y verduras, al tomate y mientras reflexiono acerca de la campaña iniciada por algunos multimedios a partir del mundial de rugby en la que un deporte elitista, misógino, de un nacionalismo rayano en el chauvinismo, violento y con un alto porcentaje de lesiones irreversibles en la columna, se nos intenta imponer como filosofía de vida (ver, por ejemplo, las tapas del diario Clarín o la revista Noticias por citar sólo algunos ejemplos), noté que faltan apenas 21 días para las elecciones y decidí investigar este dicho popular que afirma que “los mensajes de campaña nunca dicen nada”.
Resulta claro, que con la caída del muro de Berlín y la descomposición de los partidos políticos se ha producido un vaciamiento ideológico que se trasluce en los discursos y slogans de campaña. Sin embargo, en otro sentido, las campañas dicen mucho y lo que me propongo hacer es analizar algunas de estas estrategias.
Por ejemplo, en el oficialismo, imagino, los asesores de campaña se enfrentan al gran dilema: ¿cómo hacer que Cristina se presente como una continuidad sin sobresaltos que acapare los aciertos del gobierno para generar un clima de confianza y estabilidad, y, al mismo tiempo, no aparecer como parte de una estructura oficialista que sobrelleva algunos costos políticos a partir de los errores cometidos y que se encuentra algo desgastada como cualquier gestión?
La respuesta a tal interrogante fue “el cambio recién comienza”. De este modo, el oficialismo se apodera de la idea de “cambio y renovación” siendo status quo. La estrategia me parece inteligente pero me lleva a preguntarme por qué es tan importante ser los agentes del cambio. En otras palabras, ¿por qué la novedad es intrínsecamente buena? Verdaderamente es algo que me lo pregunto desde el 2001. Allí empezó a florecer la siguiente taxonomía disyuntiva: “vieja política o nueva política”. Parecía claro que la vieja política había fracasado pero qué garantía había de que lo nuevo fuera mejor. Me llamaba la atención cómo términos descriptivos como “viejo” y “nuevo” escondían el juicio valorativo “malo” y “bueno” respectivamente. Así no resultaba sorprendente que desde el socialista Roy Cortina hasta Macri, se disputaran el espacio de la nueva política sin darnos buenos argumentos acerca de su superioridad. En principio, su único mérito parecía generacional: o eran más jóvenes o había llegado después a la política. Habría que indagar en las razones culturales que hacen que consideremos que la novedad es siempre algo mejor, pero es un prejuicio que lo tenemos incluso hasta cuando nos cortamos el pelo o nos compramos una nueva camisa y decimos “Me renové, ¿no me ves mejor?” Por suerte, la gente que nos responde nos aprecia y nos dice que sí pero en política, cuando lo que está en juego es el futuro de un país, deberíamos ser algo más críticos para no caer en esto que bautizaré la “falacia de la novedad”.
En cuanto a la oposición, un análisis de todos los mensajes conllevaría una extensión incómoda para el lector. Dejando de lado las tristes escenas de candidatos con zapallitos, tomates y papas en la mano denunciando el bochornoso índice del INDEC, me centraré en las publicidades que más me llamaron la atención por diferentes razones. Una publicidad que me resultó curiosa y hasta me despertó una mueca irónica fue la de Melconián. El candidato a senador por el PRO en Capital, con buen tino, trata de sacar rédito del caudal de voto macrista obtenido hace poco tiempo y su estrategia es similar a la que el partido utilizó inteligentemente y que tan buenos resultados le dio.
Allí, tanto en TV como en radio se puede oír y ver “Con Mauricio y Gabriela, Carlos Melconián Senador”. Es famoso el discurso en que hasta el propio Presidente de la nación se ocupó de señalar que la estrategia del PRO en la campaña para la Jefatura de Gobierno hacía hincapié en el nombre de pila del candidato para desligarlo de un apellido vinculado con un pasado oscuro de filiación menemista, negociados con el Estado y contrabando. Todavía resuena el “¡Recuerden! Mauricio es Macri”. El spot de Melconián me resultó curioso y lo pensé como en aquellos juegos en donde ponen a prueba el ingenio a través de ejercicios de inferencias o analogías. En este caso, se trata de un juego de analogía: si de las primeras dos personas (“Mauricio” y “Gabriela”) sólo se menciona el nombre de pila, análogamente debería hacerse lo mismo con la tercera persona en cuestión (“Carlos Melconián”). De este modo, el spot quedaría así: “Con Mauricio y Gabriela, Carlos senador”. Expuesto así me acabo de dar cuenta por qué los publicitarios del PRO no fueron precisos con la analogía puesto que de haberlo hecho hubieran logrado que la ciudadanía trajera a su mente al “Carlos” más famoso de los últimos tiempos (Menem) lo cual podría a su vez recordarle que fue precisamente Melconián el que hizo campaña junto al riojano en 2003 y quien iba a ser, cosa que finalmente tras la derrota en manos de Kirchner no sucedió, su ministro de economía.
Siguiendo con estos detalles curiosos del lenguaje de la campaña, noté que detrás de una parada de colectivo había un cartel de lo que, creo, es la Juventud comunista revolucionaria (JCR) que decía “No votes, impugná o ni vayas”. Resultaba claro que por el tipo de expresión se dirigía a una población joven más dispuesta a la desobediencia civil (recordemos que el voto es obligatorio en Argentina). Pero lo que más despertó mi curiosidad fue que por esas casualidades que a veces uno se resiste a creer como tales, al lado de ese cartel había uno del ya mencionado Carlos Melconián en el que simplemente figura su nombre, su filiación y el número de la lista. Si hay algo de lo cual nunca me percaté es el número de las listas pero éste me llamó la atención: no se trataba de la lista 1, 2 o 3 sino de la 503. Número raro, difícil de recordar para una lista. Pero allí establecí un vínculo con el cartel de la JCR y tuve un súbito recuerdo, de aquellos tan inútiles como un número de teléfono de una ex novia que ya no vive más en su antigua casa. Recordé (que alguien me lo haga saber si mi memoria me engaña) que la lista de Macri para la jefatura de gobierno era un número parecido a este: era el 502. Y por esos mecanismos absurdos e insondables de mi cabeza me retrotraje a ese movimiento que en plena crisis de credibilidad de los cuadros políticos se autodenominó “Movimiento 501”. El movimiento 501 proponía, ya que no ir a votar está prohibido, viajar más de 500 kilómetros (es decir 501km) como señal de protesta ante la calidad de nuestros políticos. El movimiento fue minoritario y duró lo que un suspiro de pánico (es decir, un poco más que un suspiro normal) pero me ayuda a entender todo lo dicho hasta aquí: tras la crisis de credibilidad de los políticos, algo que algunos ingenuos y otros maliciosos intentan endilgar a la política como actividad, forma de gestión, participación y condición necesaria para ser libres, lo que viene es el PRO. De este modo, el paso posterior a la debacle de los partidos (el 501, el 502, el 503), lo que está más allá de la política, es la falta de participación ciudadana, la administración neutral de un ingeniero gerente y la fantasía de muchos economistas de que los problemas de los países se resuelven con una calculadora. De este modo, la conjunción de apatía y desidia ciudadana, pulcritud, cálculo y criterio empresarial, es lo que está más allá de la política y lo que parece perfilarse como el deseo de algunos argentinos. Así, la Argentina no parece ser la excepción al fenómeno propio de muchos países sudamericanos que, en las últimas décadas, en vez de resolver los problemas de la política con más política, deja espacio al surgimiento de magnates “apolíticos” de derecha centrados en un discurso en el que la eficiencia y la seguridad parecen las únicas virtudes ciudadanas a tener en cuenta.
Ahora que ya sabemos que después del 500 venía el 501 libertario, el 502 gerencial y el 503 de la calculadora de suma, resta y, por sobre todo, de división, no quiero imaginar qué nos deparará el destino con el 504, el 505 y el 506. Para averiguarlo, tal vez haga falta prestar atención a algunos mensajes de la campaña que, al fin de cuentas, parecen decir, implícita o explícitamente, mucho más de lo que creemos.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Fisuras

Una de las corporaciones más monolíticas es la que rodea al mundo del fútbol: jugadores, periodistas, empresarios, dirigentes y árbitros podrán discrepar sobre algunos asuntos menores pero hay determinados límites, muchas veces expresados de manera eufemística como “códigos”, que nunca son sobrepasados. Entre los actores mencionados existe una compleja red de vínculos económicos, negociados y prebendas donde generalmente los más perjudicados son la mayoría de los clubes y de los jugadores. Como suele ocurrir en otras actividades, la gran paradoja es que aquellos actores que son la condición de posibilidad del negocio, esto es, clubes y jugadores, son los que se llevan la menor tajada. En este sentido el irrisorio monto del contrato televisivo firmado por la AFA y la grosera iniquidad con la que se distribuye entre los clubes ese dinero, tiene como consecuencia un fútbol colapsado y pauperizado que no puede mantener a una joven promesa más de 20 partidos en primera. Este proceso no irrumpió de repente en la escena sino que más bien fue gestado a lo largo de la presidencia de Julio Grondona en los 28 años que lleva ya su mandato. La lógica clientelar que Grondona mantiene con los dirigentes de los clubes con favores que se cobran in eternum, el manejo discrecional y despótico de los árbitros a partir del obsecuente SADRA, el sistema de votación de la AFA y una lógica proclive al manejo desaforado del capital empresarial, ha hecho que a lo largo de las casi tres décadas nadie osara poner en tela de juicio la continuidad del reinado. Solamente Raúl Gámez en el ámbito dirigencial y el equipo de Víctor Hugo Morales en la radio parecen ser los únicos que vienen denunciando este entramado cuya consecuencia es el desguace y posterior destrucción del fútbol. Sin embargo, en las últimas semanas entraron a jugar un papel importante y un rol crítico actores impensados que desde dentro de la corporación hacen valer una voz disonante generando algunas fisuras.
De este modo, casi paralelamente y ante la inminente renovación del mandato de Grondona, tanto en el ámbito del referato como en el dirigencial, se dejaron entrever opiniones que, por supuesto, no fueron amplificadas como correspondía por los principales medios. Así, en el medio de una ola terrible de malos arbitrajes y el patético comunicado de denuncia de complot que la dirigencia de San Lorenzo, presionado por el grupo inversor liderado por Tinelli, esbozó, los árbitros salieron al cruce y comenzaron hacer uso y abuso de las cámaras (como lo hace Lunati quien, por cierto, fue “destrozado” por los medios por decir una gran verdad: “la mayoría de los periodistas no conocen el reglamento”). Entre toda la maraña de declaraciones apareció una sorprendente: por primera vez en la historia, un árbitro, Pompei, recusaba a un par, el juez de línea, Rebollo (por si usted no lo recuerda, aquel que hizo patear de nuevo el tiro libre del “Cata” Díaz el día en que Boca, con ese gol, venció a Vélez en Liniers por 3 a 2 y avanzó hacia el campeonato). Pompei envió una carta al colegio de árbitros en la que pide no dirigir más junto a Rebollo. Como si esto fuera poco, el ahora retirado del arbitraje “sargento” Giménez, con la libertad que le da su condición, declaró a Clarín que “que Pompei haya pedido no dirigir más con el asistente Rebollo estuvo bien. Nadie lo quiere, hace muchas macanas y siempre a favor de los mismos clubes” (Clarín, 16/9/07). (El resaltado es mío)
Estas declaraciones me impactaron: por primera vez alguien (y en este caso un ex árbitro) afirma que los malos arbitrajes no son sólo producto de errores humanos. Por primera vez alguien duda de la honestidad moral de un árbitro. Era hora ya. Como comenté en un artículo anterior, siempre me pareció sospechoso que nunca se pusiera en tela de juicio la calidad moral de un árbitro. Estos siempre son presentados como demasiados humanos, nunca corruptos. Ahora, un ex compañero lo afirma.
En el ámbito dirigencial, el presidente de independiente, Julio Comparada, tuvo las agallas que otros no tienen, pegó un portazo y anunció que no votará por la reelección de Grondona. Está claro que Grondona ganará igual porque no hay candidato opositor pero más allá de eso, sentar precedente en contra es un paso importante (la única vez que Grondona tuvo un rival a la presidencia de la AFA fue en 1991. Allí los resultados arrojaron 39 votos para Grondona y 1 para Nitti).
En esta línea, el técnico campeón del mundo, Bilardo, deslizando la posibilidad de presentarse como candidato a la presidencia de la AFA, algo que luego desestimó, también salió al cruce de Grondona y aseveró: “la solución de la AFA es que Grondona (Julio) se vaya de la conducción (…) los clubes están fundidos, no tienen plata ni para comprar pasto (para las canchas). El día que se vaya Grondona se solucionarán muchos problemas del fútbol argentino. Si no hay un cambio pronto, el fútbol se va a la m... Es una vergüenza (…) Los 20 clubes más fuertes apoyan esta conducción. Todos son un voto cantado. Intentar ser presidente (de ese organismo) es como darse contra la pared. (…) Si votarán los 2.800 clubes del país no habría problemas, gano... Pero solamente votan 49. Los de Primera están todos comprometidos con la AFA, porque temen que el Tribunal de Penas los pueda perjudicar; tienen miedo que les pongan los árbitros que no quieren, prefieren cuidar los gerenciamientos. Todo un ’viva la pepa’". (La nación, 26/9/07)
Tal vez yo sea algo ingenuo pero todas estas declaraciones me sorprenden. Es de las pocas veces que tantas voces propias del fútbol coinciden, y desde dentro de la corporación, se animan a decir lo que uno, claro, suponía: hay arreglos con árbitros, una política de favorecimiento de los gerenciamientos, se beneficia a determinadas camisetas y existe una estructura mafiosa que asfixia al fútbol.
Para ser honesto, yo no creo que estemos en un estadio prerrevolucionaro donde el pueblo del fútbol, con una bandera roja de Comparada con una boina y liderado por un ex sargento saque a Grondona de la AFA y lo cuelgue en la plaza, pero, estas fisuras en el bloque homogéneo que protege el negocio del fútbol, al menos son señales de cambio que permiten observar el futuro con una pequeña, pero cuota al fin, de optimismo.

domingo, 16 de septiembre de 2007

El Estado, el gasto público y la inflación

Mientras aguardo desde hace ya unos meses el cumplimiento de la, por definición, siempre pasible de ser corroborada profecía de accidente aéreo de Piñeiro y temo que unas valijas voladoras implosionen la tensa calma de nuestro país generando un nuevo 20 de diciembre, previo a mi llegada al kiosco de diarios donde Perfil seguramente señalará un presunto hecho de corrupción del gobierno y antojado como estaba de almorzar una ensalada mixta, caigo en la cuenta del precio del tomate perita: 8 pesos. Para corroborar mi percepción no tuve mejor idea que postergar mi antojo y llegar hasta el kiosco para llevarme la edición dominical del 16/9/07 de Clarín. Ahí me di cuenta que el tema de la semana era la inflación. No hace falta ser muy observador para darse cuenta de ello. Basta simplemente hacer un repaso por el cuerpo principal del diario y sus títulos. Así, en la tapa puede leerse: “También el Estado siente una mayor inflación al comprar”; en la página 8 “La oposición pegó por el alza de precios”; en la 9, unas declaraciones de Lavagna que indican “Hay que desplazar del INDEC a los políticos” y unas de Prat Gay que atacan el desmedido crecimiento del PBI por el riesgo de inflación que éste acarrea ; en la 11, una nota sobre el presupuesto 2008 donde Sarghini, Melconián y otros señalan que el principal problema del presupuesto es que prevé una inflación por debajo de la real; en la 19 una nota cuyo título es “Estatales o privados, los jubilados pierden contra la inflación”; en la 23 otra nota que indirectamente apunta al tema de fondo: “Duro ataque de Greenspan a Bush por su indisciplina fiscal”; en la 28, el editorial cuyo título reza “La inflación y la responsabilidad compartida” y en la 32-33 el desarrollo de la nota de tapa cuyo título resulta sutilmente diferente: ya no se dice que el Estado también gasta más sino que “Al comprar, el Estado sufre más inflación de la que admite”.
Lo que desarrollaré a continuación no tiene como eje principal la forma en que los medios resultan formadores de opinión e instaladores de agenda (especialmente los medios gráficos). Eso resultaría una obviedad. Se trata más bien, simplemente, de hacer algunos comentarios acerca del tema de la semana, simplemente para estar en sintonía con la realidad.
Más allá de la contienda electoral en la cual oficialistas y opositores intentan sacar tajada, existe, claro está, un elemento ideológico conceptual detrás de la discusión sobre la inflación. Al fin de cuentas, tanto en los años previos a la crisis del año 29 como a partir de los 90, la idea libertaria plasmada por Williamson en el “Consenso de Washington” de un Estado mínimo cuya intervención en el mercado es siempre dañina, estuvo a la orden del día. Claro está que las crisis mexicana, la de los tigres asiáticos, la de Rusia y la de Brasil y el aumento de la conflictividad social en los países emergentes produjo un viraje hacia políticas algo menos optimistas respecto de la globalización y con un perfil, presuntamente, más redistributivo. Más allá de ello, ha quedado en el imaginario popular y dirigencial tras las políticas que hicieron eclosión a fines de los 60 (lo cual tal vez sea bueno) la idea de que los Estados deben mantener los superávit gemelos de cuenta corriente y fiscal. Si bien en Argentina las importaciones están creciendo, la ventaja competitiva hace que todavía no se haga hincapié en la cuenta corriente. De aquí que todo recaiga en el gasto fiscal y el aparente riesgo de un ensanchamiento del Estado. Cabe mencionar por cierto, que detrás de esta alarma existe un presupuesto discutible acerca de que el gran causante de inflación es el déficit fiscal. Pero aún concediendo eso, ¿es tan preocupante la inflación como dejó entrever Redrado hace unos días? Tal vez la respuesta sea sí y no. Por un lado, está claro que la inflación es el precio que se debe pagar por un crecimiento fenomenal como el que ostenta nuestra economía. A su vez, si bien la inflación afecta a los ciudadanos deteriorando su poder de compra real, la reactivación ha hecho que, desde la devaluación, al menos los sectores de trabajadores “en blanco”, hayan conseguido aumentos que se encuentran por encima del índice de inflación. Sin embargo, también debería decirse que una inflación que supere el 20 % anual licuaría los aumentos de sueldos (además de afectar a la gran porción de los trabajadores en negro) y las ventajas competitivas de las exportaciones lo cual conllevaría la necesidad de subir el dólar obligando al BCRA a seguir comprando dólares para disminuir la oferta al precio de una mayor emisión de pesos y la creación de bonos. A su vez, como ya sabemos, un elemento que escapa al análisis macroeconómico tiene que ver con la idiosincrasia propia de un pueblo como el argentino que ante cualquier mínima suba del precio del dólar estalla en histeria generalizada y estampida.
Si a este contexto le sumamos el dato de que en el primer semestre de 2007 el gasto público aumentó un 43% y la recaudación sólo un 32%, parece haber razones para preocuparse más allá de que el superávit sigue otorgando un amplio margen de maniobra.
Pero me gustaría traer a colación algunos datos que Roberto Navarro recoge de la CEPAL y que son publicados en el suplemento Cash de este mismo domingo (16/9/07). Estos datos resultan interesantes para, como indica la nota, derribar algunos mitos, a saber: El Estado argentino es un monstruo gigante, amorfo y despilfarrador de recursos. Frente a esto notamos que salvo Chile, un país con una sostenida política neoliberal a lo largo de décadas, el Estado argentino es, en Latinoamérica, el que menos gasta en relación a su PBI. Así, el gasto público en Argentina en 2006 fue de 19,3 del PBI frente al promedio de la región que es de 25,2. Asimismo, si algún malicioso quisiera notar que los países de Latinoamérica no son justamente ejemplos de prosperidad, pongamos el acento en Europa. Allí el promedio del gasto público es de 40% del PBI y en Francia, Italia y Alemania llega al 53%, 50% y 45% respectivamente.
Por otra parte, otro mito que suele esgrimirse y que puede ser derribado por los datos, refiere a la cantidad de empleados públicos. Se dice, a veces con verdad, que al menos en muchas provincias, no hay inversión privada y existe una gran masa de empleados públicos que en tanto tales son dependientes y pasibles de sufrir una relación clientelar con el gobierno de turno. En este sentido, debería decirse que en Argentina sólo el 4,9% de la población es empleado del Estado. Se trata, claramente, de un porcentaje mucho menor en comparación con países como Noruega, Estados Unidos o Brasil que ostentan un 16,7%, un 12,1% y un 7,7% respectivamente.
Lamentablemente, la torpeza del gobierno al intervenir el INDEC y al dar a conocer números que no sólo resultan falsos sino que dan lugar a que cualquier consultora poco seria construya números también falsos acordes al candidato contratante, ha desviado el foco de atención que más que entrar en la batalla técnica acerca de cómo medir un índice, debería estar puesto en el debate en torno a la importancia del rol protagónico del Estado a la hora de la reactivación de la economía y la redistribución de la riqueza.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Oposiciones

El domingo 2 de septiembre se eligió gobernador en dos provincias que sumadas representan el 20% del electorado nacional. En este sentido, Córdoba y Santa fe son los distritos más importantes después de la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires. De aquí que el resultado de la elección fuese observado con especial atención por la ciudadanía, los medios y los políticos a menos de dos meses de una elección presidencial.
Tanto en las elecciones de este último fin de semana como en las que se desarrollaron a lo largo del año en las diferentes provincias la ecuación parecía ser “¿gana o pierde Kirchner?” y planteado en esos términos podría decirse que los resultados muestran una leve supremacía del sector kirchnerista y sus aliados: radicalismo k en Catamarca y Río Negro; Kirchnerismo en Entre Ríos, San Juan, La Rioja, Tucumán y Córdoba; Movimiento Popular Neuquino en Neuquén; PRO en Ciudad de Buenos Aires; ARI en Tierra del Fuego; Saáismo en San Luis; Socialismo en Santa fe.
Una lectura optimista de la oposición sería que el Frente para la Victoria (o su sello equivalente) sólo triunfó en 5 provincias y que para ganar otras dos tuvo que aliarse con el radicalismo. De aquí se sigue que en una matemática algo simple se pueda oír a algún comunicador o a algún político decir que “la cosa viene pareja”.
Sobre este punto quiero señalar dos errores bastante obvios: el primero es suponer que los votos obtenidos por candidatos opositores al gobierno en una elección provincial para gobernador se trasladan automáticamente al candidato presidencial de la fuerza en cuestión sea Lavagna, López Murphy o Carrió. El segundo error, por su parte, supone que la oposición es un todo homogéneo y que la elección presidencial se resuelve entre kirchneristas y antikirchneristas.
Resultan casi torpes los errores señalados sin embargo, interesada o ingenuamente, con distintos formatos, se repiten en analistas y políticos (Recordemos, por ejemplo, que el triunfo del “No” a la reforma en Misiones se lo quiso hacer ver como el comienzo de la debacle kirchnerista en manos de una robusta oposición encabezada por un cura).
Respecto del primer error, debemos señalar más que nunca que las últimas elecciones muestran que existe un microclima regional que generalmente se encuentra desvinculado de la elección nacional. De hecho incluso en las elecciones en los territorios más grandes y, por ello, aparentemente más comprometidos con la elección nacional, resultó claro el modo en que, por ejemplo, tanto Binner como Macri apuntaron a “no nacionalizar la elección”. En esta línea no debe sorprender la aparición, en la retórica discursiva de los candidatos en la Ciudad de Buenos Aires, del término “vecino” cuyo particularismo parece profundamente contradictorio con la idea de ciudad cosmopolita y anónima con la que comúnmente se señala a Buenos Aires.
Este acento en la particularidad de la región y la imposibilidad de traccionar votos es la que permite entender por qué López Murphy, el candidato apoyado por PRO tras obtener 61% en el ballotage de Capital, apenas tiene el 3% de intención de voto (por cierto llama la atención la exposición mediática que posee un candidato con tan poco apoyo de la ciudadanía).
Si bien, como indiqué antes, resulta demasiado claro este fenómeno, los candidatos parecen disputarse el capital simbólico de los triunfadores. Así, Cristina ha apoyado a más de uno de los candidatos en una estrategia pocas veces vista y los opositores se encuentran deseosos de ser “los padres de la criatura” de cualquier buen desempeño electoral . Así resulta que ahora el triunfo de Binner en realidad le corresponde a Carrió a pesar de que hasta hace poco realizó un infructuoso intento de alianza con López Murphy (personaje que está dentro de los “límites morales” de la Coalición, algo que no sucede con Macri quien aparentemente estaría del otro lado del límite a pesar de haber formado alianza con el ex Jefe de FIEL) y a pesar de las vinculaciones con el cardenal Bergoglio cuyo pensamiento se encuentra reñido con el socialismo en varios aspectos. De nada parece haber servido las excelentes administraciones del socialismo en la Ciudad de Rosario ni el trabajo de años llevado a cabo por el partido en la provincia que sólo pudo ser neutralizado por las injusticias que reinaban con el antiguo sistema electoral santafesino reformado para esta ocasión. Incluso Lavagna, algún radical y hasta la defensora de los intereses del campo, Alarcón, quisieron subirse y adjudicarse parte del triunfo socialista en Santa Fe. Así ha sucedido con el resto de las provincias: cualquier migaja es bienvenida especialmente en un contexto donde la oposición hace un papel patético en que desfilan candidatos que no superan el 5% y luego buscan aliarse y negociar un espacio en las listas de diputados y senadores.
En cuanto al segundo error, esto es, la suposición de que la oposición es un todo homogéneo que permite interpretar los resultados eleccionarios en clave “kirchneristas vs antikirchneristas” algunas cosas ya se han dicho en el párrafo anterior pero podemos profundizar algo más. Por lo pronto, afirmar que, como indican todas las encuestas, la candidata oficialista ganará en las elecciones apoyada también, evidentemente, por sectores que en la elección provincial votaron por un candidato no oficialista. Esto muestra que no sólo desde algunos sectores políticos sino desde la propia ciudadanía se impulsa y se ejerce una transversalidad de hecho lo cual resulta positivo. Esto abre un espacio interesante porque, sea desde la ciudadanía sea desde el plano de la dirigencia política, se comienza a entender que ser oposición no significa ser anti oficialista recalcitrante al estilo de ciertos sectores de una derecha rezongona que aglutina sectores tan diversos como la iglesia, el campo, varios multimedios, cierta clase alta, algunos profetas de la mano dura y desangelados revolucionarios trasnochados. En este sentido celebro la actitud del socialismo de buscar transformarse en una oposición crítica y reflexiva que en algunos casos se acerca al gobierno como es el ejemplo de la estratégica posición cercana al Jefe de Gabinete que ocupa el recién asumido Rivas. En esa línea también es para rescatar el discurso de Binner que sin decir “eso no es PRO” se opuso a los silbidos que sus partidarios le profesaban a Obeid y a Kirchner.
El triunfo de Binner, entonces, muestra que más que “oposición” existen “oposiciones” que, por suerte, no son lo mismo. En este sentido, frente a la mezquindad de los opositores que buscan sacar rédito político de cualquier hecho, parece haber otros que prefieren mantener una actitud crítica basada en convicciones, algo que, a veces, supone, a pesar de tener un costo político, acompañar las políticas o decisiones del gobierno que se considere acertadas.

lunes, 13 de agosto de 2007

La ciudad autónoma y la policía. Acerca de la relación entre derecho, moral y política

A lo largo de toda la campaña para la elección de Jefe de gobierno porteño y legisladores de la Ciudad de Buenos Aires, uno de los puntos salientes de la agenda era la necesidad de derogar la ley Cafiero y hacer que la policía pase a manos de la Ciudad. Se decía, seguramente con razón, que una ciudad, para ser efectivamente autónoma, tiene que disponer un poder de policía propio. Todos los candidatos exigían al gobierno nacional este traspaso (incluso el candidato del gobierno nacional, Daniel Filmus) y hasta el jefe de gobierno en ejercicio, Jorge Telerman, había propuesto un referéndum no vinculante a realizarse el mismo día del ballotage.
Creo estar en condiciones de afirmar que no existía ni existe un clamor popular de la ciudadanía a favor del traspaso de la policía. Sin embargo, todos los gobiernos que habían gobernado la ciudad, es decir, tanto de De la Rúa como Ibarra, habían hecho, con mayor o menor énfasis, está reivindicación. Ibarra llegó incluso a crear una suerte de órgano paralelo llamado “Guardia Urbana” que nunca tuvo en claro cuáles eran ni sus atribuciones ni sus límites. Así la Guardia Urbana fue sólo un conjunto de muchachos voluntariosos que se paraban en las esquinas del centro de la ciudad para sugerirle a la gente que cruce por la senda peatonal.
Pero tras años de desaires y evasivas de los gobiernos nacionales respecto a las exigencias de los Jefes de gobierno de la Ciudad, Kirchner asumió durante la campaña y refrendó algunos días después en una reunión con un Macri ya electo, la decisión política de otorgarle la policía a la Ciudad. Claro está que resta definir un detalle no menor, esto es, ¿se traslada la policía con o sin el presupuesto? El PRO cree que constitucionalmente lo correcto sería el traspaso de la policía con el presupuesto pero representantes de las provincias argentinas (especialmente los oficialistas) no están dispuestos a ello ya que afirman que de este modo éstas estarían subsidiando un gasto que es de la Ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, estos episodios desvían la atención hacia la que, considero, es una pregunta anterior que se debe hacer. Esta es: ¿para qué sirve que la policía pase a manos de la Ciudad? Está claro que el requerimiento tiene que ver con la autonomía y con la idea de que ésta es al menos insuficiente si el poder coercitivo se encuentra comandado por el gobierno nacional sea del partido que sea. Pero más allá de esta atendible razón, ¿debemos suponer que cuando, de repente, la policía con o sin presupuesto, pase a manos de la ciudad, se transformará en una buena policía? ¿Disminuirán los delitos? ¿Será una policía menos corrupta? En síntesis, ¿el problema de la policía es jurisdiccional? Honestamente creo que no y quizás, esta vez, el sentido común y el escepticismo de la gente haya acertado al suponer que difícilmente las cosas cambien porque la policía federal pase a llamarse “De la ciudad”. En este sentido, si Macri decide llamar a un plebiscito como forma de presión o convocar una marcha, como ha amenazado, creo que el resultado va a ser como mínimo la apatía y el desinterés.
Pero el hecho de hablar en términos jurisdiccionales y plantear la pregunta acerca de qué tipos de cambio pueden darse en la policía, nos deja abierto el camino para tematizar el vínculo entre el derecho y la política.
Tomaré un ejemplo para ganar en claridad: en los últimos años una de las frases más repetida por la clase política es “las leyes ya están, sólo hay que hacerlas respetar”. Generalmente es un eslogan de candidatos de derecha pero podemos hacerlo extensivo a la gran mayoría de la clase política. Tanto se ha generalizado esta idea que incluso candidatos a legisladores la repiten y la hacen eje de campaña desconociendo que si así fuese no tendría sentido votarlos porque no habría razón para formar parte de un cuerpo legislativo con dotes divinos que ya ha sancionado “todas las leyes necesarias”.
Seguramente hay leyes que están y otras que se irán creando conforme las necesidades de la ciudadanía. De cumplir las leyes que ya están se ocupan los jueces tomando decisiones que nunca se encuentran desvinculadas del poder político de una u otra forma. Con esta afirmación no quiero decir que el sistema judicial argentino está cooptado por el gobierno de Kirchner sino que hay un elemento inherente a las decisiones judiciales en cualquier sistema jurídico del mundo vinculado a la moral y a la política. De este modo las leyes están pero algunos jueces las interpretan según su canon de moralidad (pensemos cuando un juez impidió que una retrasada mental violada se hiciera un aborto); y las leyes están pero la decisión política del gobierno de turno las impulsa o las archiva en un cajón (pensemos en la decisión de este gobierno de avanzar contra la ley de punto final y contra el indulto)
Existe una vasta bibliografía académica que da cuenta de este debate pero por lo pronto diremos que parece difícil defender una postura estrictamente positivista que desvincule absolutamente al derecho de la moral y la política.
Sobre este punto quiero detenerme porque uno de los políticos que más ha repetido la frase “las leyes ya están, sólo hay que hacerlas respetar” es el futuro secretario de seguridad de la Ciudad de Buenos Aires, el macrista Eugenio Burzaco. Éste no se cansó de repetir esta frase ante la insistencia de periodistas que necesitaban saber qué iba a hacer el gobierno frente a los piqueteros. “¿Qué va a hacer el gobierno de la Ciudad frente los piqueteros?”, preguntaban los incisivos periodistas. “Respetar la ley existente” repetía Burzaco.
La pregunta que yo haría entonces es ¿cuál de las leyes existentes se va a respetar? ¿La que garantiza a los ciudadanos el libre tránsito o la que garantiza el derecho a la protesta y la manifestación?
Una vez que reconozcamos que la respuesta a este tipo de preguntas excede los límites del Derecho, y se resuelve también desde la moral pero, especialmente, desde el poder político, podemos encontrar alguna buena razón para discutir cuán beneficioso será y cuáles serán las consecuencias que traerá el traslado de la policía a la Ciudad.

domingo, 29 de julio de 2007

Los problemas de los argentinos

En los últimos meses los argentinos nos estamos familiarizando con nuevos problemas. Estos nuevos problemas salpican al gobierno de Kirchner y quisiera hacer un análisis de ellos.
El primer problema es la “crisis energética”. Es interesante todo lo que rodea a este fenómeno. Por un lado hay un debate simbólico en torno de la idea de “crisis”. La oposición trata de hacernos olvidar del adjetivo “energética” y busca instalar la percepción de que el país está en “crisis”. El gobierno, consciente de que opera un corrimiento semántico por el cual la crisis específica, la energética, derivará en una percepción de crisis (general), sale a negar la crisis energética. Interesante para los que se ocupan del lenguaje en los medios.
Siguiendo con el tema, aparentemente deberíamos estar todos muy preocupados por la crisis energética. Es algo muy pero muy importante y no hubo previsión. Pues claro, ¿alguien se imaginó que el país podía crecer sostenidamente al 8 % anual durante 5 años?
Desaparecido el riesgo país, hemos perdido el termómetro cuantificador de cómo nos va a los argentinos. Nos falta el numerito corroborador de las percepciones. Y de repente aparece él: el numerito que mide algo así como los megavatios. Ahora, mientras Santo Biasatti habla en Telenoche, debajo de la pantalla existe un termómetro que nos dice cuánto nos estamos acercando a los 18000 megavatios de capacidad energética. Todos expectantes esperamos los 18000 que no llegan nunca, los despidos masivos, los cortes generales en los hogares, la anarquía, pero el gobierno tiene suerte, la nieve se queda un solo día y la ola de frío se va. Bonelli y Van der Kooy los periodistas del manual de crítica “sí pero“ necesitan otro numerito pero la crisis energética, el único numerito que da, es que la industria creció mucho pero un poco menos el último mes. De esto se sigue que a ciertos críticos de derecha les ha salido el tiro por la culata: la crisis energética permite que el país crezca y paralelamente ahuyenta los riesgos de inflación porque enfría un poco la economía.
Sigamos con los numeritos a la hora de hablar de otro nuevo problema: el aumento del dólar. De 3, 12 llegó a 3, 20. Justo había levantado la temperatura y el riesgo del estallido de los megavatios se había disipado. Por suerte apareció otro numerito. El dólar aumentó un 2% y parecíamos estar frente a una inminente conmoción, la hiperinflación alfonsinista parecía despertarse del largo letargo. De repente, nos interesamos por los bonos argentinos, algo que todos conocemos con precisión y la gente llama a la radio para opinar. Pero para fortuna de todos, el dólar volvió a bajar y quedó en 3, 16 el viernes. Las fieras se agazapan y laten.
El tercer problema de los argentinos es estético y femenino. Tenemos candidata oficialista que usa colágeno y le gusta utilizar su dinero para comprar ropa cara. No importa qué diga Cristina o qué proyecto tenga, lo que importa es el colágeno y que es mujer. La crítica es difusa pero a la mitad de la gente Cristina no le gusta. Aparentemente resulta una locura que una ciudadana se arregle y disponga de su dinero para comprar ropa de marca. Los hombres que lo hacen son distinguidos; las mujeres frívolas.
Para colmo de males fue elegida a dedo como Lavagna fue elegido por su propio dedo, como Macri fue elegido por su propio dedo, como López Murphy, como Blumberg, como Carrió, como Patricia Walsh, etc. Todos los candidatos fueron elegidos a dedo (en su mayoría por sus propios dedos) salvo el candidato a senador por el radicalismo porteño Gil Lavedra. Siendo la selección a dedo un elemento que crispa los ánimos de la ciudadanía republicana de la Ciudad de Buenos Aires, se augura una performance arrasadora del señor Gil Lavedra en los próximos comicios.
Veamos un cuarto problema nuevo: el autoritarismo del presidente. No se sabe bien a qué nos referimos cuando decimos que el presidente es autoritario pero hemos logrado que se instale. Se dice que el presidente es autoritario porque toma decisiones sin consultar a sus ministros y gobierna con decretos. Sin embargo como los gobiernos de Menem, Alfonsín y De la Rúa también gobernaron con decretos y no fueron acusados de autoritarios, no debe ser ésta la razón.
¿Será que no hay libertad de prensa? Yo escucho mucha radio, leo diarios y miro televisión y noto que el gobierno es criticado a veces ferozmente y sin embargo los programas siguen al aire aunque a veces, eso digámoslo con todas las letras, con poco rating.
Tal vez sea que no da conferencias de prensa. Debe ser eso. Por suerte, como pensaba Kant, tenemos una opinión pública crítica y un periodismo sagaz que desnudaría las falencias de cualquier gobierno ineficaz y corrupto como ocurrió con el resto de nuestros gobiernos ineficaces y corruptos. Es un gobierno autoritario porque no habla y no escucha como en la campaña autoritaria del PRO donde no se oía al contrincante (porque el “otro” hace siempre campaña sucia) y sólo se monologaban propuestas compulsivamente.
Por último, el problema más novedoso es el de la corrupción generalizada. Dos funcionarias mujeres del gobierno no tuvieron mejor idea que empezar a corromperse justo cuando existe la posibilidad de que una mujer del oficialismo llegue a la presidencia. Hacerlo cuando faltan 3 meses para las elecciones resultó muy inoportuno. Miceli resultó muy pobre en su materia: siendo ministra de economía sólo recibió 60000 u$s como coima. Un “vueltito” para lo que estábamos acostumbrados en los 90. No alcanza ni para un departamento de 3 ambientes. Aunque tal vez pensándolo bien, una aproximación razonable a la suma nos haga ver que difícilmente se trate de una coima. Seguramente será un sobresueldo como en los 90 pero como aumentar los sueldos de los funcionarios está mal visto debemos seguir demagógicamente con sueldos bajos siguiendo la línea instaurada por la fugaz presidencia de Rodríguez Sá. Así la gente está contenta. Picolotti actuó bajo el ideal del “nepotismo ilustrado”: se llenó de parientes (algunos, aparentemente, idóneos) y compró unos muebles de más. No está probado pero si está en la política debe ser culpable.
Debe ser este un gobierno desastroso: no pasa los 18000 megavatios no sé bien de qué; tiene un dólar que en el último año y medio aumentó 4 centavos; tiene una candidata mujer que se puso colágeno; un presidente que no da conferencias de prensa y dos funcionarias sospechadas de corrupción. ¿No siente usted que con problemas así estamos próximos al abismo?

jueves, 5 de julio de 2007

De árbitros y políticos. De moral y conocimiento

Últimamente el tema de la violencia en el fútbol es una cuestión recurrente que es cubierta con justa insistencia por los principales medios. Los episodios se suceden todas las semanas y prácticamente atañe a todas las canchas, todas las hinchadas y todas las divisionales. Esta profundización de la violencia ha obligado a los dirigentes de los clubes y a la cúpula de la AFA en combinación con la Policía y el COPROSEDE, a tomar medidas que van desde la instalación costosísima de un sistema de cámaras en las canchas, megaoperativos para partidos “de riesgo”, la utilización del “derecho de admisión”, la medida disuasiva de la quita de puntos, etc.
La violencia es generada en la mayoría de los casos por la “barra brava” aunque muchas veces los proyectiles que lastiman jugadores y árbitros provienen de la platea. También la ineptitud y la provocación de algunos policías contribuyen. Incluso podríamos pensar que la estructura de los “campeonatos cortos” y los partidos definitorios para definir ascensos generan una cantidad desmedida de adrenalina y de “pulsaciones” tanto de los jugadores como de los hinchas que favorecen los hechos de violencia. Incluso, tal vez, los medios, con la cobertura exagerada que le dan al fútbol con horas y horas diarias de televisión, radio y diarios generen un nivel de ansiedad y compenetración por la causa futbolera que puede contribuir a una dramatización del juego y al posterior descontrol. Todas estas variables contribuyen y causan violencia en el fútbol. Pero hay una que nunca es mencionada: la inmensa cantidad de vergonzosos arbitrajes. Y sobre este punto creo que se pueden inferir algunas conclusiones interesantes.
Me atrevería a decir que no existe medio que ponga en tela de juicio la calidad moral de los árbitros. Ninguno. Las críticas despiadadas hacia los árbitros tienen que ver con “errores humanos” nunca con la mala fe. Los comentaristas “destrozan” a los referís desde la comodidad del asiento y la posibilidad de ver la repetición con Telebeam, pero nunca dudan de su “humanidad”. Parece imposible que un árbitro favorezca a un equipo o castigue a otro adrede. Nada de eso. Simplemente, el humano se equivoca azarosamente para ambos lados y a veces la casualidad quiere que se equivoque más para un lado que para otro. Cuántas veces uno oyó decir cosas tales como “¡Yo no dudo de la buena fe del árbitro x pero cómo se equivoca!” o, “usted, señor árbitro x, será un gran padre de familia pero un pésimo árbitro”. De este modo, el árbitro es descrito por los principales medios como una suerte de semidios paradójico, un médium entre el ámbito celestial de una moral trascendente y el barro de la ignorancia humana. En el ámbito moral es intocable. Pero lo que tiene ver con su saber y su actividad es puesto en tela de juicio constantemente.
Ser una deidad ignorante es algo beneficioso que lo ubica un paso más arriba que el resto de los mortales, dado que nosotros no sólo somos ignorantes y nos equivocamos sino que muchos somos egoístas, malos, prejuiciosos y nos gusta favorecer a nuestros amigos y a las cosas que nos identifican. Por suerte ninguno de este tipo de mortales llega al referato.
Esto me lleva a señalar una segunda curiosidad: los medios que ensalzan la cualidad moral de los árbitros de fútbol son los mismos que con virulencia ponen en tela de juicio la integridad de los políticos. Se da así, entonces, el fenómeno inverso al que ocurre con los árbitros. El político no se equivoca. Los errores son sólo aparentes. Detrás de ellos está la ambición inmoral de la codicia y el poder. En un sentido, el político no sólo no es una deidad sino que más bien es “demasiado humano”.
En esta línea, si trazamos un paralelo entre la visión que la sociedad y los medios tienen de los árbitros y de los políticos podemos encontrar algunos elementos importantes. La sociedad, sin duda, se pliega a la postura de los principales medios que acusan de inmoralidad todo acto de “la política” y “los políticos”. Para la sociedad, como para los medios, no hay políticos ignorantes: sólo los hay malos. Así, la actividad de la política no se juzga desde el patrón cognitivo “Sabe o no sabe” sino desde el patrón moral “es bueno o es malo”. Sin embargo, dado que el político nunca se equivoca se da la paradoja de que implícitamente se lo eleva también a una condición de semidios pero a diferencia de lo que ocurre con los árbitros ese “Semi” corresponde a su déficit moral y no al cognitivo.
En lo que respecta a la visión que la sociedad tiene de los árbitros allí no hay concordancia con la opinión de los medios. En las tribunas de fútbol no se le grita “ignorante” a un árbitro sino “hijo de puta, cagón, corrupto hijo de re mil……”. El árbitro, al igual que el político, no se equivoca. El árbitro roba, lo hace adrede, busca favorecer intereses que son siempre los del equipo rival.
Para la sociedad, el árbitro y el político son lo mismo. Para los medios, los árbitros se equivocan pero su moralidad no puede ponerse en juego y los políticos nunca se equivocan, sólo realizan acciones moralmente execrables. Lo que todos olvidan es que la condición humana hace que todos seamos bastante ignorantes y que nadie quede exento de cometer, al menos de vez en cuando, una aceptable cantidad de actos inmorales.

miércoles, 20 de junio de 2007

¿Qué república? ¿Qué propuesta?


Según los analistas, entre las principales razones por las cuales un gran número de personas votó a Macri se encuentra una línea de respeto por las instituciones republicanas y una política que dejando a un lado las agresiones propias de los tiempos de campaña, se encargó de realizar propuestas. Sobre estos dos temas trabajaré en esta nota.
Una crítica casi histórica hacia el peronismo es su poco apego a las instituciones: vinculado a liderazgos de caudillos populistas, el partido justicialista pareció hacer uso y abuso a lo largo de su historia de las instituciones del estado republicano. Si tenemos en cuenta que el mecanismo de construcción de poder del presidente Kirchner parece realizarse a la vieja usanza, parece razonable que la crítica al estilo personalista y verticalista del peronismo se repita.
En los pricipales referentes del centro y la centroderecha como Carrió o Lopez Murphy, el discurso del "respeto institucional" frente al populismo kirchnerista resulta uno de los ejes centrales de su campaña. En esta misma línea, aunque con menos riqueza discursiva, se encuentra Mauricio Macri y su PRO (Propuesta republicana).
Ahora bien, la pregunta es ¿a qué idea de república se refiere Macri? La respuesta es un interrogante pero tal vez se puede inferir algo de sus dichos y estrategias. El PRO ha decidido no dialogar en la campaña y ha instalado inteligentemente la idea de que cualquier crítica o alusión a su pasado es "Campaña sucia". Si alguien dice, "Macri votó en contra de la ley de salud reproductiva; Macri votó a favor del ingreso de Patti a la cámara de diputados; Macri fue procesado en 2001 por contrabando; Macri evadió impuestos al frente de Sevel; Macri votó en contra de la unión civil de homosexuales", etc........se lo acusa de hacer campaña sucia y no de decir la verdad. A Macri se lo puede votar igual a pesar de esto, pero aclararlo en una campaña es una de las armas legítimas que tienen sus adversarios. ¿qué hay de sucio allí?
Escudándose en la idea de que la apertura del diálogo estimula la lógica de la agresión propia del oficialismo, el PRO no dialoga ni discute. La "nueva" política, en la compulsión de la mera propuesta (una por día a lo largo de la campaña y una por hora en el último día), genera una república monologada que deslegitima, como parte de la "vieja política agresiva y chicanera", toda crítica. De esto se puede inferir que la propuesta republicana de PRO dista mucha de los ideales tanto de la Grecia Antigua como de los federalistas norteamericanos donde lo que se privilegiaba era, justamente, el diálogo y la discusión. De este modo, las instituciones de la república moderna y la polis clásica se vacían. Tan sólo un gerente sobre la tarima de un club de fútbol propone lacónicamente. El resto es acusado de ideologizar y utilizar una retórica de la confrontación. En la nueva república ya no hace falta la palabra. Sólo hablan "los hechos". En esta línea, es coherente que no se acepte un debate. Porque más allá de que la estrategia sea hacer la plancha desgastando a un gobierno ávido de participar en la campaña, hay un trasfondo mucho más dramático: la palabra ya no importa en la nueva república. La nueva república no es de los filósofos, es de los ingenieros (a tal punto llega el prestigio que hay quienes se dicen llamar "ingeniero" y nunca han conseguido el título).
En cuanto al segundo punto de esta nota, la pregunta sería: si es verdad que el PRO propone ¿cuáles son esas propuestas? Podemos agruparlas en dos categorías: las que dicen "más" y las que dicen "basta". Entonces, de todas las cosas deseables debe haber "más" y a todas las cosas indeseables les llega su "basta". Más seguridad, más hospitales, más plazas, más trabajo, más limpieza en las calles, etc. (Párrafo a parte merece la propuesta de "mas educación gratuita" demostrando un desconocimiento flagrante de la diferencia entre lo público y lo gratuito. El PRO confunde "público" con "gratuito" y "privado" con "pago" y desconoce que el tema de la gratuidad es central en nuestra educación pero más lo es el hecho de lo público). En la otra categoría, la de la lista negativa, el PRO dice basta de inseguridad, basta de suciedad en las calles, basta de desocupación, basta de corrupción, basta de subisidios etc.
Yo considero que más que propuestas estos son slogans vacuos. ¿quién duda de que de lo bueno debería haber más y de lo malo debería haber menos? Aún habiendo acuerdo entre aquello bueno o malo (algo difícil por cierto) el punto es "cómo" se van a llevar las políticas de gobierno. Algunos "más" necesitan entre otras cosas "más" dinero. ¿De dónde va a salir éste?
¿De la suba de impuestos? Tal vez los porteños estén de acuerdo con este aumento pero sería bueno que se aclare en campaña cómo se van a llevar adelante las propuestas. ¿Si hay piquetes qué va a pasar? La respuesta no puede ser "no habrá piquetes" porque los habrá. ¿Si se quita el subisidio a los transportes cuánto costará un pasaje? Si la idea es generar una ciudad con superavit,¿cómo se van a costear todos estos "más"? Por último ¿Cómo será una educación más gratuita de la que tenemos si hasta ciertos posgrados en la Universidad de Buenos Aires son gratuitos?
En resumen, si las aparentes propuestas son slogans como mínimo triviales, y el modelo republicano del PRO, imbuido de un monólogo lacónico y ensimismado, denosta la palabra en tanto mero juego de artificios que se opone a la "cultura del hacer", la política que se viene será nueva pero, como reza el spot, "¿estará buena?".

viernes, 1 de junio de 2007

De cálculos y estrategias

El domingo hay elecciones para Jefe de gobierno y legisladores en la Capital Federal.
Como todos más o menos saben hay tres candidatos con posibilidad de ganar: Macri, Telerman y Filmus. Asimismo las encuestas coinciden en darle a Macri entre un 10 y un 15% de ventaja sobre Telerman y Filmus que estarían cabeza a cabeza. En este contexto me propongo escribir una nota de opinión que puede ser usada en mi contra en el futuro. Se trata de hacer cierto análisis de los candidatos y las alianzas señalando algunos pro y algunos contra. El lunes los números me señalarán la cantidad de errores cometidos y por eso lo tomo como una apuesta, un juego, casi un PRODE político. Al fin de cuentas si lo hacen los encuestadores, con sus flagrantes horrores de estimación, ¿por qué no podría hacerlo yo?
Esta idea me surgió a partir de la lectura del último libro de Tomás Abraham, El presente absoluto. Más allá del contenido e independientemente de si ésta fue su intención, lo que me interesó, entre otras cosas, es su apuesta, el juego que surge de la publicación de algunos de sus artículos: escribir “en caliente”, con los hechos sucediéndose, casi recién digeridos y lo que es mejor, publicarlos 5 años después exponiéndose a que el lector juzgue aciertos y errores. En momentos en que nadie resiste un archivo, Abraham nos muestra el suyo. No es cinismo, sino honestidad intelectual.
Con la intención de construir mi propio archivo señalaré algunos puntos que me resultan relevantes. El primero tiene que ver con la elección de los candidatos a Vicejefe. Tal vez me equivoque pero no resulta casual que la crisis de los partidos políticos y la consecuente necesidad de alianzas le diera una relevancia inusitada a los candidatos a vice. Estos fueron elegidos con cuidado y han tenido un protagonismo que resulta inédito. Más allá de que una vez en el gobierno, la figura del vice suele diluirse, al menos en la campaña, tanto Michetti, como Olivera y Heller han ganado en visibilidad. Pero en esta selección creo que el que más ganó, electoralmente hablando, es Macri. Michetti se presenta como una cara nueva de la política, independiente y con un perfil claramente de centro. Cierta habilidad retórica la ubica varios peldaños arriba de un jefe que no puede hacer más que reproducir slogans pulcros generados por asesores ventrilocuos. Gracias a todo esto es posible que sume los votantes que un candidato como Rodríguez Larreta, esto es, alguien que reúne en sí una infinita cantidad de razones para que se evite votarlo, no podría atraer.
Olivera no le hace ganar votos a Telerman. Me atrevería decir que todo lo contrario. Es más, el ARI no le hace ganar votos a Telerman o en todo caso le quita más de lo que le da. Esto es por varias razones: el discurso apocalíptico, las metáforas obstétricas (como alguna vez señalara Rafael Bielsa) y el discurso moralizante de la política parecen agobiar a la ciudadanía y contrasta con el perfil optimista de Telerman.
Olivera, resulta un candidato respetable pero “pegado” a De la Rúa en el imaginario popular. Asimismo, los candidatos a legisladores más visibles por la lista de Telerman no resultan de peso suficiente para ganar votos. Pocos conocen a Cerruti y menos a Maffia. Por si hace falta aclararlo, por candidatos de poco peso entiendo “candidatos que no gozan de una popularidad tal que les permita traccionar votos”. Y eso, claro está, nada dice acerca de sus cualidades. Por mencionar sólo un ejemplo, creo que Diana Mafia será una gran legisladora, por su capacidad y por sus convicciones pero lamentablemente dudo que su popularidad trascienda los límites del instituto Hanna Arendt, la Facultad de Filosofía y Letras y ciertos grupos feministas.
Sin embargo, hay que destacar una cosa. Carrió hizo algo que no había hecho antes: por primera vez generó un pacto con posibilidades de ser opción de gobierno. Para alguien que había roto su vínculo con el socialismo por su opinión acerca de la despenalización del aborto es un paso hacia delante. Buena estrategia de Carrió: pasó de tener un candidato que no llegaría al 5% a estar de la mano de otro con posibilidades de llegar a segunda vuelta.
¿Se equivocó Telerman entonces? Creo que tampoco. Una vez que el gobierno le soltó la mano necesitaba un vínculo que aunque sea mediáticamente generara la idea de un apoyo un poco más sólido de aquello con lo que arribaba: de vice a jefe por destitución de Ibarra y sin partido, no le sería fácil gobernar y mantener cohesión en la legislatura.
En cuanto a Filmus, a pesar de no lo oí ni lo leí creo que por primera vez se cumple lo que Kirchner había ensayado en un primer momento: la transversalidad. Desde el candidato a Jefe pasando por su vice, Heller, Ibarra, Ginés y Bonasso se trata, guste o no, de actores de una propuesta progresista más o menos transversal. El punto es que creo que el menos progresista de la lista es justamente Filmus. Todos los demás están a su izquierda. Pero el gobierno no tenía otro candidato. En realidad, para ser más precisos deberíamos decir: gracias a Alberto Fernández el gobierno se perdió la gran oportunidad de tener resuelta la elección. Me refiero a que un eventual apoyo a Telerman hubiera evitado la dispersión del voto de centroizquierda y lo tendría a éste o bien arriba de Macri o bien muy cerca como sucediera en la elección que Ibarra finalmente le ganara al presidente de Boca en segunda vuelta.
Heller no le hace ganar gran cantidad de votos aunque no creo que le haga perder. Lo que sí me atrevo a afirmar es que la lista del gobierno ha hecho mucho hincapié en algo que parecen haber descuidado Macri y Telerman: la lista de legisladores. Tanto Ibarra como Ginés aunque especialmente el primero le darán muchos votos a Filmus porque una gran parte de la población, aunque no se anime a decirlo, considera que la destitución del jefe de gobierno tras el episodio de Cromañón ha sido un despropósito. Las urnas hablarán en ese sentido y el corte de boleta puede favorecer a los candidatos a legisladores por el oficialismo.
En resumen, en toda esta maraña de cálculos, cruces y estrategias, aciertos y errores creo que el que más se vio beneficiado en lo que respecta a la jefatura de gobierno fue el PRO: los asesores de Macri leyeron bien que su candidatura a nivel nacional recibiría una paliza estruendosa y se volcaron a hacer pie en el único distrito que les deparaba alguna posibilidad de un horizonte favorable. Si ganan, lo utilizarán de plataforma para el 2011.
Filmus, fue puesto en ese lugar y abre más esperanza el resto de su lista que él mismo. De aquí que me atreva a afirmar que Macri tendrá algunos votos menos en sus legisladores (más allá de que no creo que el votante de Macri se preocupe por el corte de boleta) y que Ibarra y Ginés sumados tendrán algunos votos más que Filmus.
En cuanto a Telerman, él no pudo elegir con quien aliarse. Más bien, lo eligieron a él.